Anna Mordojai
27 de enero, Día de la
Memoria de las Víctimas del Holocausto. No se me ocurre una fecha mejor para
escribir unas líneas sobre el proyecto de la artista Artemis Alcalay, quien durante los últimos
años inmortaliza con su cámara fotográfica a los supervivientes griegos del
Holocausto. Un proyecto difícil, con el tiempo jugando en su contra. Hay que
darse prisa. Y es que los supervivientes de la barbarie nazi, como la misma
artista me comenta, “se van marchando uno
tras otro”.
Artemis coloca una de sus
simbólicas casitas junto a su modelo y conversa con ella para registrar no
únicamente sus expresiones y gestos, sino también sus recuerdos y su testimonio,
el testimonio del mayor crimen cometido contra el género humano y que
últimamente algunos, en el mismo Parlamento de los Griegos, han osado afirmar
que nunca tuvo lugar.
La señora Anna Mordojai es,
por el momento, la última de las personas a las que Artemis ha fotografiado. Miembro
de una familia judía procedente de la ciudad de Ioannina, Anna nació en Corfú en 1928. Su
padre había abierto allí un almacén de telas. Durante la ocupación italiana y
alemana, la familia se vio obligada a vivir en varios pueblos de la isla huyendo
de la persecución y los bombardeos.
Anna Mordojai recuerda el
día en que fue conducida, junto a otros miles de judíos griegos, al campo de
concentración de Auschwitz-Birkenau. Allí Anna dejó de ser Anna y pasó a ser
solamente un número, el número que lleva tatuado en su brazo izquierdo. Apartada de su
familia y trabajando en condiciones infrahumanas en una fábrica textil dentro
del mismo campo de exterminio, Anna no dejó nunca de pensar en el regreso a su
país, a su isla, a su casa -y observa con mirada dulce esa casita de madera que Artemis ha puesto a su lado-,
en el reencuentro con los suyos… Anna fue liberada por el ejército soviético,
que la condujo primero hasta Katowice y más tarde a Slutsk, cerca de Minsk,
donde permaneció en un campo de refugiados hasta su regreso a Atenas.
Anna habla también con
Artemis de la familia que formó tras regresar a Grecia: tres hijos maravillosos,
seis nietos… Su marido, ya fallecido, era también superviviente del Holocausto,
que le arrebató a su primera mujer y a sus tres hijos. La señora Mordojai
sonríe, se queda pensativa, murmura, llora y finalmente entona una canción cuya
letra compusieron las presas griegas de Auschwitz sobre la base musical de una tonada popular corfiota.
Hermosa isla de Corfú, patria tan dulce y querida,
Quién sabe si volveré a estar de nuevo a ti unida
Para contarte las penas que tan lejos he pasado
En las celdas de Polonia cada día malgastado.
A rayas azul y blanco como a locos nos vistieron
Nuestros hermanos, de pena, como las moscas cayeron.
Perros cobardes golpeaban nuestro triste corazón
Madres y niños morían convertidos en carbón.
Y el triste llorar injusto nuestros ojos lastimaba
Hitler los iba quemando mas nadie hacia atrás miraba.
Y vosotros, hijos libres, que habéis escuchado el drama
¡Aniquilad al fascismo, mi corazón lo reclama!
Fotografías: © Artemis Alcalay
Imagen: Congreso Judío Latinoamericano