Pedro Ollalla (Fotografía: El País)
Neus
Palol / La Vanguardia. 31/12/2013
Pedro Olalla vive en Grecia
desde hace dos décadas y en los últimos años ha podido ver como el país se
empobrece a gran velocidad, como el gobierno actúa sin tener en cuenta al
pueblo, como se privatizan gran cantidad de servicios sociales, y como se abre
una brecha insalvable entre la ciudadanía y el poder político. Como lector
corresponsal de LaVanguardia.com Pedro Olalla ha relatado, durante dos años,
como se vive la crisis en Grecia. Ahora al final de 2013 nos valora todo lo que
ha visto, lo que ha vivido y lo que él cree que le espera a Grecia en un
futuro.
¿Cómo
valora usted la situación social y económica de Grecia durante este año 2013?
Creo que, si somos objetivos
y sinceros, sólo puede decirse que el balance es deplorable. Me gustaría decir
otra cosa, porque Grecia es un país al que amo y en el que vivo desde hace
veinte años. Pero lo peor es que este balance era absolutamente previsible, y
que los más directos responsables lo saben.
¿Cómo
ha evolucionado la relación entre la sociedad y la política durante este año?
Podría decirse que ha
seguido avanzando en el distanciamiento. Cada vez es mayor la brecha entre
«ellos» y «nosotros», y esto es un gran problema, porque, en una verdadera
democracia, la política debe ser un «nosotros». Sin embargo, aún son muchos
quienes confían en el espejismo de que sean «ellos» quienes arreglen la
situación. Todavía es mucha la gente que, en realidad, no quiere que las cosas
cambien: sólo quiere despertarse un día y que las cosas sean «como antes». Sin
embargo, la realidad es que los cambios profundos que nuestra situación actual
demanda no van a venir nunca propiciados desde las cúpulas, sencillamente
porque van en contra de sus intereses. Esta es la razón por la que, si queremos
que exista democracia y justicia, la sociedad debe reconquistar la política.
¿Qué
tipo de medidas ha impuesto el gobierno griego para mejorar esta situación de
crisis y desafección política?
En mi opinión, ninguna.
Ninguna de las medidas que se están aplicando en los últimos años va encaminada
realmente a subvertir esta situación. Hasta el momento –y a los hechos me
remito–, todas las medidas que se han aplicado han ido orientadas a la
salvaguarda de los intereses de los acreedores y de las élites locales y
foráneas que han generado este proceso y que se benefician de él. Para el resto
de la población, la situación empeora día a día, y de forma cada vez más
violenta.
En cuanto a la desafección
política, el sistema no hace más que lo que le conviene: fomentarla. Se cultiva
estratégicamente la desinformación y la falacia, se criminalizan las acciones
de reivindicación política para poder hacerles frente como meras cuestiones de
orden público, se condena a los «activistas» y a los «radicales», mostrando al
mismo tiempo una condescendencia infinita con los incontables apáticos. Y sin
embargo, por mucho que nos lo presenten siempre como una amenaza, la democracia
en el mundo no peligra por los «radicalismos» de unos pocos: peligra sobre todo
por la tibieza de los muchos, por la indiferencia de los muchos, y por el
distanciamiento y la desafección de los muchos.
¿En
qué situación económica se encuentra la sociedad griega después de un año más
de crisis?
Desde hace ya tiempo, se
encuentra en la caquexia, por usar un triste término griego. La mayoría de las
familias ha perdido más del cincuenta por ciento de su poder adquisitivo. La
cuarta parte de la población vive por debajo del umbral de la pobreza. Y el
único resultado realmente incuestionable de la política aplicada está siendo el
expolio: una sociedad anónima de derecho privado regida por tecnócratas del
ámbito financiero y empresarial ejecuta de manera implacable el mayor programa
de privatizaciones que actualmente se realiza en el mundo; los servicios
públicos –dinamitados previa y premeditadamente por el clientelismo político y
por una administración irresponsable– corren ahora a manos de corporaciones
privadas ávidas de hacerse con su prometedora gestión; la democracia ha
presenciado miles de movilizaciones en su nombre sofocadas con armas químicas y
abultados dispositivos antidisturbios, ha conocido un presidente de gobierno
impuesto por los acreedores, ha tenido elecciones donde han triunfado el miedo
y el inmovilismo, está representada por diputados que no se atreven a circular
entre los ciudadanos, y asiste cada día a un parlamento donde los «compromisos
internacionales» marcan la pauta de gobierno por encima y en contra de los
derechos y las necesidades del pueblo y faltando a los principios
constitucionales; el mercado laboral –a base de rebajar salarios y hacer crecer
el paro y la precariedad– está lleno de gente dispuesta a cualquier cosa,
incluso a trabajar sin cobrar con la ilusión perversa de conservar su empleo un
tiempo más; la pérdida de conquistas sociales se traduce en imágenes cotidianas
de despedidos sin derecho al subsidio, de jubilados hurgando en la basura, de
hospitales sin gasas, de farmacias sin medicamentos, de familias sin
electricidad y sin petróleo, de colas ingentes en las cocinas de beneficencia,
de proselitismo nazi a cambio de alimento, de violencia policial y de ataques
furibundos a los inmigrantes. Y el año que viene, gran parte de la población seguiremos
cubriendo nuestras necesidades básicas con nuestros ahorros, mientras nos
queden.
¿El
2013 ha empobrecido mucho más la economía griega?
No se puede negar. Sin ir
más lejos, la política «para atraer inversores» –altar sobre el que se han
sacrificado sin escrúpulos ingentes recursos materiales y derechos
fundamentales de las personas– ha «conseguido» situar a Grecia en el séptimo
puesto por la cola en el ranking mundial de inversiones, tan sólo por delante
de países en estado de crisis humanitaria o guerra, como Suazilandia, Yemen,
Eritrea, Sudán del Sur y Guinea Bisáu, o de otro país felizmente «rescatado»,
como Irlanda.
El
suicidio, ¿es una problemática que ha aumentado en 2013? ¿En que situación se
encuentran las personas que recurren al suicidio para acabar con sus problemas?
En los últimos cuatro años,
más de dos mil quinientas personas se han quitado la vida. Que se sepa; porque
muchas familias lo ocultan por cuestiones de fe, por dolor, por vergüenza.
Desde que empezó la «crisis» hasta hoy, más de una persona se ha suicidado cada
día. Sólo esto debería bastar para tomar conciencia suficiente de la tragedia,
para demostrar y condenar el abominable fracaso. Quien recurre al suicidio,
hoy, en Grecia, es porque le han arrebatado la ilusión por la vida y los medios
para mantenerla dignamente.
Explíquenos
la situación de la educación y el profesorado en Grecia. ¿Es cierto que la
policía obligó en mayo a los docentes a prestar su servicio para que no
pudieran declararse en huelga?
Sí, así de democrático. El
gobierno envío a la policía a casa de los ciudadanos para intimidarles y para
disuadirles de ejercer su derecho a la huelga. Y no es que el gobierno dé mucha
importancia a las huelgas, porque las varias generales y las más de tres mil
movilizaciones que ha habido en los últimos años no han conseguido apartar ni
un ápice la política gubernamental de la hoja de ruta señalada por la Troika.
Las huelgas no le importan nada; sólo en el caso de que una circunstancia
eventual –como la coincidencia con los exámenes de selectividad– pueda potenciar
sensiblemente su efecto: entonces se prohíben por decreto y se envía a
domicilio a la policía. La razón que se esgrime, claro está, es la del interés
común. Pero al pueblo corresponde valorar con firmeza y con responsabilidad si
son los eventuales docentes huelguistas o es la política gubernamental de los
últimos tiempos lo que amenaza realmente este sólido principio.
¿Qué
tipo de información sobre Grecia se omite en los medios de comunicación
europeos?
De Grecia se habla poco y de
forma tendenciosa, porque conviene hacer creer que los problemas son endémicos
y no epidémicos. Sin embargo, en Grecia, en España, en Europa y en el mundo, la
situación actual se debe en el fondo a lo mismo: a los intereses y el
corporativismo de las élites dominantes, y a la credulidad y la pasividad de la
«ciudadanía» (o de los dominados). Sólo reflexionando, compartiendo y actuando
en común y sin miedo podemos conseguir crear una alternativa urgente a esta
situación. Si los pueblos de Europa conseguimos salir de la apatía y la
resignación, la humanidad entera dará un paso adelante. Si no lo conseguimos,
pronto dará muchos pasos atrás.
¿Cree
usted que Europa tendría que conocer más a fondo la situación que atraviesa el
país? ¿Qué se tendría que saber?
Evidentemente. Tendría que
saberse el modo exacto en que «se maquillaron las cuentas» para participar en
la creación del euro, en que se volvieron a maquillar para abrirle las puertas
a la Troika, y en que ahora se maquillan de nuevo para presentar un ridículo
crecimiento. Tendría que saberse qué significa el euro realmente y a qué
intereses sirve. Tendrían que ser públicos los nombres y las caras de los
beneficiarios directos de la falacia y la injusticia en que vivimos.
¿Cree
que la situación en Grecia mejorará en el próximo año?
No. Los hechos dejan claro
que empeorará, excepto si llegara a obrarse un cambio de política muy radical.
El gobierno actual no tiene nada que ofrecer al país. Es más, el continuismo en
esta línea desde cualquier gobierno no conduce más que al empobrecimiento del
pueblo, al trasvase acelerado de la riqueza común a menos manos, a la reducción
progresiva de las conquistas sociales y democráticas, a la pérdida de la
soberanía y de la libertad a manos de los «acreedores» y a la disolución de
facto del Estado griego. No basta un cambio de gobierno o unas elecciones si
con ello no se rompe con los «compromisos» adquiridos y con la política de
endeudamiento y rescate. Si dentro de la Unión Europea no se crea urgentemente
un frente común entre los pueblos para obligar con decisión a las instituciones
de gobierno a construir un proyecto realmente democrático y solidario –cosa que
se demora pese a la grave situación de muchos países–, la Unión Europea será en
el fondo una régimen de tiranía, y Grecia sólo podrá salvarse fuera de ella,
con una refundación del Estado. Disolución del parlamento, asamblea
constituyente, nueva Constitución, moneda propia... Una sucesión de Estado,
como se denomina en el derecho internacional, donde ese nuevo Estado tenga
margen para decidir qué compromisos asume o no de los contraídos por el Estado
anterior.
¿Cuántos
años más de crisis le quedan a Grecia?
Para mí, hay dos respuestas:
o los que decidan sus «acreedores» (que es en lo que estamos ahora), o los que
decida su «ciudadanía». El problema es que la «ciudadanía» es aún muy débil,
muy poco organizada, que hay que nombrarla aún «entre comillas».