Pedro Olalla. Atenas
Ayer, domingo, tuvieron lugar las esperadas elecciones en Grecia. Para el establishment
griego y europeo, el objetivo de los anteriores comicios de mayo no fue
otro que el de legitimar a través de las urnas la política impuesta
hasta el momento de forma coercitiva y antidemocrática desde el nucleo
neoliberal europeo. Ese objetivo, sin embargo, no se alcanzó entonces,
pues la disidencia frente a la actual política de austeridad y rescates
logró agruparse parcialmente bajo el voto de Syriza y transformar su
descontento en una opción electoral capaz de poner en peligro el status quo del bipartidismo colaboracionista. Como no hubo consenso para formar gobierno, fue necesario repetir los comicios.
Desde entonces hasta ayer mismo,
fecha de la segunda votación, el protagonista absoluto de todo este
proceso ha sido el miedo. El miedo del bipartidismo secular a ser
apartado del poder político, el miedo de las élites beneficiarias a que
se acabe el juego, el miedo de unos y otros a que se abran procesos y se
depuren responsabilidades con nombres y apellidos, y el miedo de
Bruselas y Berlín a perder sus lacayos en Grecia y a que un peligroso
precedente se interponga en el camino de su, hasta ahora, implacable
plan de conquistas a través de la deuda. Todo ese miedo se vio
canalizado hacia el electorado en una operación de guerra psicológica de
proporciones orwellianas: la amenaza de abandonar el euro, de ser
expulsados del espacio Schengen, de ser apartados de Europa, de caer en
la bancarrota absoluta, de ser atacados por Turquía, de quedarse sin
alimentos ni medicinas, de volver irremediablemente a las cavernas.
Mientras la mayoría de los medios griegos y europeos propalaban estos
tendenciosos vaticinios de muy discutible base, Nueva Democracia
recorría el país buscando puerta a puerta a sus votantes y recordándoles
a muchos los favores recibidos. Por todo esto, estas elecciones pasarán
a la historia como las más contaminadas y las de mayor injerencia
externa desde la creación de la Unión Europea.
¿Y cuál ha sido el resultado? La
opción mayoritaria: la abstención, fruto del desencanto, del
agotamiento, y, en muchos casos, de la irresponsabilidad ante una
coyuntura tan crucial. Después, un nuevo gran ascenso de Syriza, que
bien podía haber ganado con un poco más de apoyo de quienes se oponen a
la política de rescates. Y, por último, un triunfo de Nueva Democracia,
con el 30% de los votos, que abre el camino al continuismo y tranquiliza
a los acreedores y mercados. Si, pactando con el PASOK, Nueva
Democracia llega a formar gobierno, Grecia estará regida nuevamente por
quienes la han llevado al caos en el que está, por quienes en los dos
últimos años no se han atrevido a aparecer en público, por quienes han
mostrado reiteradamente su incapacidad y han dejado bien claro los
intereses a los que sirven.
Es el triunfo del miedo, y ahora,
para poder gobernar sobre una población que en su gran mayoría no se
verá benefeciada en absoluto de las políticas que piensan aplicarse,
será necesaria también la represión. Mucha represión. Es lo que viene
hasta que la ciudadanía de Europa –de esa Europa que “respira aliviada”
en las portadas de la prensa de hoy- despierte de una vez y se ponga a
pensar en lo que se ha quedado su sueño.