Evripidis and His Tragedies
Miqui Otero. Barcelona
Cuando Evripidis Sabatis, músico griego afincado en Barcelona, imaginó el título de su último disco, A healthy dose of pain (Snap! Clap!, 2011), seguramente se refería a una dosis tamaño chupito y no a un tsunami de “dolor saludable”.
Cuando Evripidis Sabatis, músico griego afincado en Barcelona, imaginó el título de su último disco, A healthy dose of pain (Snap! Clap!, 2011), seguramente se refería a una dosis tamaño chupito y no a un tsunami de “dolor saludable”.
En el último año, por elegir un ejemplo al azar, la tasa de suicidios
ha aumentado en Grecia un 40% y, si bien Sabatis bautizó su banda como
Evripidis & his tragedies y ama el pop de acordes menores con
tendencia al melodrama, su amor por los estribillos luminosos y su
preocupación por la deriva casi ruinosa de su ciudad de origen
demuestran que el dolor que atraviesan ahora los suyos ni es beneficioso
ni se le debería recetar a nadie.
“Cuando vuelvo a Grecia para tocar, veo que cada vez hay menos
presupuesto. La primera vez llevaron a toda la banda. La segunda,
pudimos ir sólo cinco. La tercera, no cubrimos gastos, así que dudo que
en un futuro cercano volvamos en formato de grupo”, explica este
trovador de pop polifónico y barroco, con canciones fantasiosas
tapizadas con arreglos que son como el trencadís multicolor que
usaba Gaudí, ídolo de este músico y una de las razones para que se
mudara a la capital catalana. “La última vez actuamos en un centro
cultural con un tejado precioso, bajo la luna y en pleno verano, pero
vino poca gente. Por mucho que la entrada incluyera un cubata, mucha
gente no quiso pagar. Un joven que pasa el mes con 700 euros no puede
gastar 15 en un concierto. Aunque luego algunos pagan cuatro euros por
un café”, apunta Sabatis.
Evripidis es una figura recurrente y querida en la escena barcelonesa
desde hace tiempo. Brinda brillantes conciertos de versiones al piano
de cola en halls de hotel, actuaciones intensas de girl group
pop espídico en sótanos calurosos y recitales megalómanos y solemnes
con más de diez personas en el escenario. Además, escribe libros
ilustrados fantásticos (en la doble acepción del término) como El calamor y otros mitos de la intimidad
(Morsa). Pero aunque ha encajado a la perfección en los círculos
musicales españoles, su cabeza se fuga en un crucero a menudo a Atenas,
en la que sigue pensando: “Cuando toco allí el público se emociona mucho
con una canción que tengo en griego. Quizás porque es una visión
nostálgica de una Atenas de hace 10 años, cuando éramos muy jóvenes y
hedonistas y la vida allí era fácil y divertida”, recuerda Sabatis,
“Cuando no te daba miedo salir a la calle tras el anochecer, cuando los
barrios que ahora son zonas prohibidas eran nuestro escenario de
juergas, cuando no se veía tanta miseria en la calle, gente durmiendo
por todas las partes. Ahora incluso ves así a tipos con traje que acaban
de perder la casa”. El cantante constata en sus viajes a casa de sus
padres que en la capital griega hay, por ejemplo, muchísimos yonkis (“hay una calle peatonal entre la escuela politécnica y el Museo Nacional que parece un set de rodaje de Walking Dead”)
y lamenta la espiral ultraderechista (“Antes, no había tantos suicidios
y el racismo no estaba en éxtasis; el Amanecer Dorado era un chiste y
no un partido con asientos en el Parlamento”).
En aquella otra ciudad que Evripidis se obstina en recordar para no
temer lo peor, triunfaban los grupos de postpunk inspirados en Gang of
Four con letras rabiosas y políticas. Pero también proliferaron pronto
bandas de revival mod y los indie-kids disfrutaban de grupos en inglés como Pillow o Common Sense, con letras más íntimas y cotidianas: “Rockeros, mods, indies, ravers… todos compartían público y experiencia”.
Años dorados en Atenas
Fue en aquella época, y a principios de los noventa, cuando Evripidis
escuchó por primera vez algunos grupos españoles de Siesta y Elefant.
Cuando tarareaba en un español imposible y aún no aprendido Como un aviador de Family o En bicicleta,
de La Buena Vida. “Fue gracias a una discoteca que se llamaba Avant
Garde y luego Plan B. Además, podías conseguir discos españoles en la
tienda Vinyl Microstore y también otros de Pale Fountains o The Sundays.
Nos educamos en sitios como esos”.
Si uno rescata artículos de diarios como The Guardian de los
noventa e inicios del siglo XXI se pasma ante la cantidad de bandas y
locales nocturnos que nacieron en esa época. Ese fue el caldo de cultivo
de sellos nacidos en 2007 como Inner Ear Records (gestionado por el
altruista dueño de una bodega de vino que pierde dinero con cada disco
que edita) o con las bandas indies que hoy negocian como buenamente pueden con la crisis y el rescate.
Your Hand In Mine
Es el caso de Your Hand in Mine,
un dúo formado por dos amigos de Tesalónica que se foguearon con una
banda de postrock pero que hace un tiempo que se inspiran en cantantes
de folk franceses, músicos callejeros, instrumentos acústicos y pop de
cámara. “Durante el último mes, las elecciones han distraído a los
grupos, claro. En nuestro caso nos preocupa una gran inestabilidad del
futuro del país y de nuestra música, porque ambas cosas están ligadas.
El momento más duro desde que todo esto empezó fue cuando nos dimos
cuenta de que el modo en que la crisis afectaba a otra gente influía en
nuestra visión de la música como algo prioritario, como una necesidad
personal”, apuntan por correo electrónico. Y siguen: “Hay bandas que
están apareciendo en medios o incluyendo estas problemáticas en sus
letras. Otros quieren proteger lo sagrado de su música e intentan no
contaminarse”.
His Majesty The King Of Spain
Es el caso de otra banda ateniense His Majesty the King of Spain,
que factura un pop amplio y de estructura simple, con mucho peso del
blues y el folk más ácido. Este grupo, que se presenta con un nombre que
conecta con nuestro país (un link más, como el rescate o esos
etiquetados en portugués, griego y español de la cadena de supermercados
de marca blanca), ha teloneado a cabezas de cartel como Jonathan
Richman o Marc Almond, entre otros. Su líder, Nektarios Kouvaras, tiene
claro cómo capitalizar artísticamente todo este desastre: “No creo que
haya cambiado mucho el estilo de los grupos. Si hacían cosas alegres o
deprimentes, lo seguirán haciendo. Eso sí, todos nosotros compartimos y
debatimos nuestras opiniones políticas en internet, cada vez más. Como
ciudadano griego me siento miserable y aterrorizado, pero esta energía
negativa a menudo revierte en una inspiración necesaria”.
My Wet Calvin
Escena local contra lucha local
Los miembros de My Wet Calvin, amantes del pop shoegaze
desde que iniciaron su actividad en 2004, coincidiendo con los Juegos
Olímpicos que allí se celebraron, van un poco más allá. Leo y Aris, que
toman como influencia tanto a The Beach Boys como a The Field Mice o
Notwist, opinan que “de momento los grupos comentan la situación
política y financiera más en entrevistas que en sus letras, quizás
debido a que la mayoría cantamos en inglés. Pero esto va a cambiar muy
pronto”. ¿La razón? “Quizás antes luchábamos por sentirnos parte de un
movimiento independiente global, pero todo eso queda ahora supeditado a
la necesidad de sentirnos parte de una regeneración local de nuestro
país”.
Si bien se trata de tres bandas que se cuentan entre lo más granado del indie
griego, muchos de ellos comparten también la preocupación porque
algunos dependen de unos trabajos que o han perdido o temen perder en
breve. Por eso y por el debilitamiento de las muletas de las que se
ayuda cualquier escena para echar a andar (un ejemplo podría ser el
cierre reciente de una de las cadenas de discos más grandes del país).
Sin embargo, todos los grupos entrevistados coinciden en que ha sido el
negocio con una vocación monetaria pura y dura el que se ha visto
totalmente arruinado. “En este periodo de transición, aquellos que no
tienen nada que perder, que aman la música, las almas románticas en
general, podrán de algún modo reinventar el escenario”, apuntan Your
Hand in Mind. Kouvaras incide en esa idea: “La gente ha dejado de ir a
los grandes conciertos de pop masivo, que, vete a saber por qué,
mantienen unos precios de locura. Sin embargo, en un circuito más underground
de precios bajos o de gratuidad, la cosa puede mantenerse con una
economía casi de guerra”. My Wet Calvin se saben afortunados, pero son
de la misma opinión: “Nuestra banda tiene mucha suerte de ver cómo todo
sale como lo imaginó. Pero el sector de la música ha sido de los
primeros en colapsarse. Aun así, el pop de independiente y de guerrilla
aún sobrevive”.
Antídoto contra el miedo
Todos insisten en que Grecia votó con miedo en las últimas
elecciones. Your Hand in Mind: “Ha habido una explosión enorme de
propaganda para perjudicar a los nuevos partidos griegos de izquierda.
La gente tenía mucho miedo y esta campaña venía tanto de los medios
nacionales como de los internacionales. No podemos tolerar que a la
gente se le arrebate la libertad para decidir y para la memoria”.
“Nuestro país bascula entre las deudas internacionales y la necesidad de
regenerar nuestras mentalidades y estructuras corruptas. Francamente,
las últimas elecciones confirman que cada país tiene los políticos que
se merece”, lamentan My Wet Calvin.
Aunque todas las bandas estén nadando por las cenizas de los puentes
que quemaron sus políticos y los especuladores financieros, su mensaje
quiere ser optimista en lo musical. Citan mil bandas cuando se les
pregunta (The Boy, Sancho, Felizol, Baby Guru y muchas más).
Nadie le ha dado a su país el hilo de Ariadna con el que Teseo
encontró la salida del laberinto en la obra de Evripidis (no el músico
griego-catalán, sino el socio de Esquilo y Sófocles en eso de la
dramaturgia griega). De hecho, ni siquiera saben cómo matar al minotauro
de la crisis. Pero Your Hand in Mine tienen una idea para soportar
mejor estos días grises para los que nadie sabe señalar una puerta de
salida: “Nos gustaría enfatizar y proponer bandas que responden a todo
esto con una pasión artística pura, que dan conciertos como si no
hubiera mañana. Necesitamos algo de inocencia infantil y pura, venga del
género que venga. Te proponemos una canción: Choirs, de My Wet Calvin”.
Desde: cultura.elpais.com