Pedro Olalla. Atenas
Esta historia, deliberadamente, no refiere nombres ni apellidos. Pero está claro que los tiene, ¡vaya si los tiene!
Hace año y medio, contratamos a una
joven emigrante para que hiciera de niñera de nuestros hijos. Aunque la
situación económica es terrible, necesitamos su ayuda para poder
trabajar. Venía de Santo Domingo y llegó a Grecia como tantos otros,
cruzando a pie una noche el río que la separa de Turquía. Como en la
desgracia todavía hay clases, se hizo pasar por somalí para evitar ser
deportada. La policía la detuvo en el campo y la soltó días después en
el centro de Atenas, en los guetos que los políticos han ido creando y
que ahora quieren "limpiar". Nosotros le encontramos una vivienda digna
cerca de nuestra casa y le ofrecimos una paga mensual de 560 euros por
media jornada. Con eso –cinco veces más de lo que cobraba en su país
cosiendo a destajo para una transnacional– ha estado manteniendo a los
niños que dejó con sus parientes para venir furtivamente a cuidar a los
nuestros.
Pero toda vida necesita horizontes, y
ahora nuestra niñera de media jornada se ha ido a probar fortuna a
España. Nosotros, apretados también por la situación, decidimos buscar
una nueva por menos horas para pagarle sólo 480. Y todo va bien, porque
de boca en boca, sin poner siquiera un anuncio, en dos días nos han
llamado ocho personas, griegas, desesperadas, dispuestas a cuidar a los
niños y a hacer también la casa y la cocina por menos dinero. Nosotros
no queremos explotar a nadie. Necesitamos ayuda y, si podemos, queremos
ayudar. Y ahora que la niñera emigrante se ha marchado, por el mismo
dinero, hemos llamado a alguien que lo necesita, a una puericultora
griega, experta pedagoga, que además conoce a los niños: la directora de
su escuela. Día a día, a conciencia, nuestros amos han ido construyendo
en Grecia un nuevo paraíso laboral para el capitalismo.
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