Kostas
Jaritos es comisario de policía de la Ática, en Atenas, destinado en el
departamento de homicidios. Ya pasó de los cincuenta años y está casado con
Adrianí, una mujer de fuerte carácter, hogareña, austera y excelente cocinera.
La hija de ambos, Katerina, prepara su doctorado en Salónica y un enamoramiento
a los ojos, con el médico que atendió a su padre, acelera su matrimonio.
Jaritos ingresó en el cuerpo de policía en plena dictadura de los coroneles
(1967-1974) y ha vivido la reciente Historia de Grecia palmo a palmo, desde
entonces hasta la actual crisis, dispuesta a devorarlo todo. Jaritos no es un
héroe, ni, a la manera de su colega italiano Montalbano, un empedernido
seductor, ni un tipo musculoso, ni un cínico; tampoco le interesa el poder,
aunque un ascenso mejore, algo, su mermada economía doméstica; como al resto de
los funcionarios, le han rebajado el sueldo, tiene que pagar los plazos de su
flamante Seat Ibiza (el comisario compra un coche español por solidaridad con
los pueblos del Sur de Europa, frente a la rapacidad protestante de los
centroeuropeos) y vive en una modesta casa en la que la vajilla la consiguió el
matrimonio gracias a los cupones del periódico.
De la época de los coroneles
le queda una curiosa amistad con Zisis, un militante comunista de los de antes,
que soportó torturas y detenciones durante los años tenebrosos de los milicos.
Kostas tiene dos fieles ayudantes, Dermitzakis y Vlasópulos, y un jefe. Guikas,
más político que policía, pero que deja hacer al comisario. Guikas, claro,
tiene una secretaria, Kula, que reúne en su despampanante tipazo todas las
bellezas griegas que la Historia ha mostrado. Y así, un sinfín de personajes
que componen un friso formidable de estos días en Atenas.
Petros Márkaris (Fotografía: EFE/Emilio Naranjo)
Jaritos
es la genial creación de Petros Márkaris (Estambul, 1937), y es una lástima que
no exista salvo en el papel, porque a uno le gustaría pasar una buena velada
con todos ellos, en alguna plaza del popular barrio ateniense de Plaka o por
ahí. Magistral el trazo del autor para lograr un perfil tan escalofriantemente
verosímil, cuando no real. Con Jaritos, Márkaris ha dado una vuelta de tuerca a
la denominada novela negra, porque ya no se trata solo de descubrir quién es el
asesino, como en los principios británicos del género; ni de la implacable y
escéptica visión de la sociedad que planteó la novela negra (y el cine)
norteamericano; o el genio de Simenon, con su estupendo Maigret.
Márkaris, más que Camilleri,
por ejemplo, coloca el ángulo de visión en la realidad griega; una sociedad que
ha incrementado el índice de suicidios en un 25 por ciento; colapsada porque “los
griegos –afirma Márkaris- han perdido el control de su sistema político, están
secuestrados por un sistema al que no se pueden enfrentar y no pueden cambiar.
Están en estado de choque y en la más absoluta desesperación”.
Márkaris, tras varias
novelas protagonizadas por el comisario, decidió entrar en corto y por derecho
en las consecuencias, el ambiente, las tramas de la crisis y su influjo en la
Grecia contemporánea. De ahí surgió la Trilogía
de la crisis, cuyas dos primeras entregas –como el resto de sus obras,
editadas en España por Tusquets- fueron Con
el agua al cuello (2010) y Liquidación
final (2011). Ahora se publica el volumen que cierra la serie, Pan, educación, libertad. Empresarios
defraudadores antológicos, políticos cuyo grado de corrupción supera cualquiera
de las fronteras morales al uso: “Le diré algo más, comisario. El estado griego
es la única mafia del mundo que ha ido a la quiebra. Todas las demás
evolucionan y prosperan” (Liquidación
final); “Sonríe triunfalmente, porque ha dado el argumento que convencería
a cualquier griego moderno. El griego que no piensa que el Estado le roba y no
se cre en el deber de desquitarse, o está loco o no es griego” (Suicidio perfecto, 2003).
Refleja
Márkaris un periodismo ensimismado siempre en busca del escándalo (“Antes,
cuando dos tipos se entretenían en darse coba mutuamente, los llamábamos
pelotas. Ahora los llamamos periodistas) o absolutamente previsible: Kostas
Jaritos se acerca al kiosko y el vendedor le pregunta: “¿Cuál le toca hoy?” “Lo
pregunta –confiesa el comisario al lector- porque compro un diario diferente
cada día, bien para variar, bien para constatar que todos me aburren por igual;
todavía no estoy seguro” (Suicidio
perfecto).
En las novelas de Márkaris
queda la huella de un tiempo, de un país, de unas gentes, de una crisis, de
manera indeleble. Es preciso en sus descripciones, siempre a los cansados y
escépticos ojos del comisario; con un cuidadoso humor, una ironía superlativa
en la presentación de los tipos que desfilan por sus páginas, y con ellos el
centón de ambiciones, traiciones, mezquindades, mentiras, que conforman un
mosaico literario grandioso.
Márkaris se mueve entre la
gente común, por las calles, cafés, terrazas en que se mueve cualquiera, sus
novelas son un catálogo de Grecia, pero de una Grecia que no aparece en las guías
turísticas, ni en los periódicos. Dibuja un mapa y por él pasan y viven y
mueren los personajes. Una gran obra novelística que recuerda cómo hoy el
género de la novela negra es el género de todos los géneros. Formidable.
Fernando R. Lafuente
“ABC cultural”
Sábado, 14 de
septiembre de 2013
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