sábado, 14 de septiembre de 2013

LA GRECIA DE KOSTAS JARITOS


Kostas Jaritos es comisario de policía de la Ática, en Atenas, destinado en el departamento de homicidios. Ya pasó de los cincuenta años y está casado con Adrianí, una mujer de fuerte carácter, hogareña, austera y excelente cocinera. La hija de ambos, Katerina, prepara su doctorado en Salónica y un enamoramiento a los ojos, con el médico que atendió a su padre, acelera su matrimonio. Jaritos ingresó en el cuerpo de policía en plena dictadura de los coroneles (1967-1974) y ha vivido la reciente Historia de Grecia palmo a palmo, desde entonces hasta la actual crisis, dispuesta a devorarlo todo. Jaritos no es un héroe, ni, a la manera de su colega italiano Montalbano, un empedernido seductor, ni un tipo musculoso, ni un cínico; tampoco le interesa el poder, aunque un ascenso mejore, algo, su mermada economía doméstica; como al resto de los funcionarios, le han rebajado el sueldo, tiene que pagar los plazos de su flamante Seat Ibiza (el comisario compra un coche español por solidaridad con los pueblos del Sur de Europa, frente a la rapacidad protestante de los centroeuropeos) y vive en una modesta casa en la que la vajilla la consiguió el matrimonio gracias a los cupones del periódico.

De la época de los coroneles le queda una curiosa amistad con Zisis, un militante comunista de los de antes, que soportó torturas y detenciones durante los años tenebrosos de los milicos. Kostas tiene dos fieles ayudantes, Dermitzakis y Vlasópulos, y un jefe. Guikas, más político que policía, pero que deja hacer al comisario. Guikas, claro, tiene una secretaria, Kula, que reúne en su despampanante tipazo todas las bellezas griegas que la Historia ha mostrado. Y así, un sinfín de personajes que componen un friso formidable de estos días en Atenas.

Petros Márkaris (Fotografía: EFE/Emilio Naranjo)

Jaritos es la genial creación de Petros Márkaris (Estambul, 1937), y es una lástima que no exista salvo en el papel, porque a uno le gustaría pasar una buena velada con todos ellos, en alguna plaza del popular barrio ateniense de Plaka o por ahí. Magistral el trazo del autor para lograr un perfil tan escalofriantemente verosímil, cuando no real. Con Jaritos, Márkaris ha dado una vuelta de tuerca a la denominada novela negra, porque ya no se trata solo de descubrir quién es el asesino, como en los principios británicos del género; ni de la implacable y escéptica visión de la sociedad que planteó la novela negra (y el cine) norteamericano; o el genio de Simenon, con su estupendo Maigret.

Márkaris, más que Camilleri, por ejemplo, coloca el ángulo de visión en la realidad griega; una sociedad que ha incrementado el índice de suicidios en un 25 por ciento; colapsada porque “los griegos –afirma Márkaris- han perdido el control de su sistema político, están secuestrados por un sistema al que no se pueden enfrentar y no pueden cambiar. Están en estado de choque y en la más absoluta desesperación”.

Márkaris, tras varias novelas protagonizadas por el comisario, decidió entrar en corto y por derecho en las consecuencias, el ambiente, las tramas de la crisis y su influjo en la Grecia contemporánea. De ahí surgió la Trilogía de la crisis, cuyas dos primeras entregas –como el resto de sus obras, editadas en España por Tusquets- fueron Con el agua al cuello (2010) y Liquidación final (2011). Ahora se publica el volumen que cierra la serie, Pan, educación, libertad. Empresarios defraudadores antológicos, políticos cuyo grado de corrupción supera cualquiera de las fronteras morales al uso: “Le diré algo más, comisario. El estado griego es la única mafia del mundo que ha ido a la quiebra. Todas las demás evolucionan y prosperan” (Liquidación final); “Sonríe triunfalmente, porque ha dado el argumento que convencería a cualquier griego moderno. El griego que no piensa que el Estado le roba y no se cre en el deber de desquitarse, o está loco o no es griego” (Suicidio perfecto, 2003).



Refleja Márkaris un periodismo ensimismado siempre en busca del escándalo (“Antes, cuando dos tipos se entretenían en darse coba mutuamente, los llamábamos pelotas. Ahora los llamamos periodistas) o absolutamente previsible: Kostas Jaritos se acerca al kiosko y el vendedor le pregunta: “¿Cuál le toca hoy?” “Lo pregunta –confiesa el comisario al lector- porque compro un diario diferente cada día, bien para variar, bien para constatar que todos me aburren por igual; todavía no estoy seguro” (Suicidio perfecto).

En las novelas de Márkaris queda la huella de un tiempo, de un país, de unas gentes, de una crisis, de manera indeleble. Es preciso en sus descripciones, siempre a los cansados y escépticos ojos del comisario; con un cuidadoso humor, una ironía superlativa en la presentación de los tipos que desfilan por sus páginas, y con ellos el centón de ambiciones, traiciones, mezquindades, mentiras, que conforman un mosaico literario grandioso.

Márkaris se mueve entre la gente común, por las calles, cafés, terrazas en que se mueve cualquiera, sus novelas son un catálogo de Grecia, pero de una Grecia que no aparece en las guías turísticas, ni en los periódicos. Dibuja un mapa y por él pasan y viven y mueren los personajes. Una gran obra novelística que recuerda cómo hoy el género de la novela negra es el género de todos los géneros. Formidable.


Fernando R. Lafuente
“ABC cultural”
Sábado, 14 de septiembre de 2013  



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