Pedro Olalla. Atenas
Dado que el negocio de la
"crisis" va viento en popa, se acerca ya el deplorable momento de ver
cómo, en Grecia, se convierte en cruda realidad la amenaza de las llamadas
"Zonas Económicas Especiales": una amenaza visible hace ya tiempo,
cuando las perspectivas de futuro que en este blog se analizaban sonaban para
muchos a catastrofismo radical.
Hace ahora un año, Philipp
Rösler, el joven vicecanciller de origen vietnamita del gobierno Merkel, visitó
Grecia al frente de una delegación de empresarios alemanes y planteó
abiertamente ante el gobierno griego la conveniencia de crear Zonas Económicas
Especiales para atraer las inversiones extranjeras. Los ministros Venizelos y
Chrysochoidis estuvieron de acuerdo en la idoneidad de zonas como el Epiro,
Tracia, el Peloponeso y el Egeo Sur, pero la burocracia de Bruselas ha demorado
hasta el momento el asunto, no tanto por principios éticos como recelosa de
favorecer la "competencia desleal" dentro la propia Eurozona. No
obstante, los muchos entusiastas de la idea (nacionales y foráneos) han seguido
adelante, y, estos primeros días de septiembre, el Viceministro de Trabajo
alemán, Hans-Joachim Fuchtel, se ha paseado por el Peloponeso sondeando el
terreno y la disposición de autoridades y empresarios de cara al futuro
inmediato. Claro está, en sus agendas de trabajo se evita aún utilizar
abiertamente el término "Zonas Económicas Especiales", dado que puede
despertar suspicacia, como ocurrió hace días en la isla de Leros. Es preferible
hablar sencillamente de "inversiones", de "planes estratégicos
de desarrollo regional" y, sobre todo, de "creación de puestos de
trabajo": éste es el cebo con el que todos pican.
Como, por desgracia, el
concepto de "Zona Económica Especial" está llamado a convertirse en
uno de los trendies de los próximos años en los países europeos con dificultades
financieras, conviene conocer a las claras lo que significa esta eufemística
etiqueta. "Zona Económica Especial" es una zona concreta de un país
donde las leyes que rigen en todo el territorio nacional son sustituidas por
otras más afines a la conveniencia de los inversores que en ella se instalan.
Para atraer el capital, las ZEE ofrecen, por lo general, los siguientes
incentivos: importación de equipamientos y materias primas libre de aranceles,
reducción drástica de los tipos impositivos o incluso exención de impuestos,
legislación laboral eslástica, libre circulación de capitales, libre salida del
país de beneficios obtenidos, subvención de gastos de transporte, subvención de
gastos de contratación de personal, y régimen especial de concesión de
licencias. A estos alicientes, se suma también el que el Estado facilita las
infraestructuras necesarias en materia vial, de acometidas de agua y
electricidad, de telecomunicaciones, de servicios sanitarios, etc. Y por si
esto fuera poco, la administración del territorio de la ZEE la ejerce una
persona jurídica de derecho privado cuyo principal accionista es, en una
primera fase, el ayuntamiento o el gobierno regional de la zona donde se
instala, y, más tarde, las propias compañías. Es decir, en la práctica, las
"Zonas Económicas Especiales" son zonas del territorio nacional
cedidas al control del inversor, que las administra de facto según su
conveniencia.
Dejémonos de eufemismos y
hablemos claro. Las "Zonas Económicas Especiales" nacieron como un
invento de la city de Londres para dar continuidad al colonialismo, necesitado
de renovar su imagen victoriana para poder seguir operando con éxito en las
nuevas naciones "independientes". La primera ZEE se estableció a
finales de 1979 en Shenzhen, entonces un pequeño puerto al norte de Hong Kong y
hoy una selva de rascacielos cuyas cristaleras ocultan la explotación extrema y
las muecas grotescas de la corrupción y del abuso como modus vivendi. Desde
aquel primer experimento hasta la actualidad –gracias a la progresiva
desregulación de los mercados y al progresivo aumento de la dependencia
financiera de los gobiernos–, han sido declaradas en el mundo cerca de 4.000
Zonas Económicas Especiales. La experiencia internacional pone de manifiesto
cuál es la realidad en estos territorios: para el trabajador, jornadas
laborales de entre diez y doce horas diarias (llegando en algunos momentos a
alcanzar las dieciséis, según datos de la OIT), elasticidad de la jornada en
función de la satisfacción de estrictos objetivos de producción (en las ZEE de
China, se trabaja entre 54 y 77 horas a la semana), prohibición de establecer
sindicatos, gran inseguridad laboral, condiciones de trabajo degradadas y
ausencia total de posibilidades de promoción; para el inversor, exención casi total
de impuestos y de obligaciones de participar en programas de desarrollo del
país; explotación del territorio a largo plazo a cambio de porcentajes sobre el
beneficio que en muy pocos casos alcanzan el 1%; aplicación de mecanismos
(fast-track) para eludir normativas medioambientales, de patrimonio, de consumo
y de seguridad; y ausencia absoluta de control estatal, lo que favorece el
blanqueo continuo de ingentes capitales.
Quien quiera argumentar que
las ZEE crean puestos de trabajo, debe saber cuáles son las condiciones del
contrato; y, además, debe saber también que, si bien en un principio se
contrata población local para favorecer la aceptación, la experiencia histórica
demuestra que la práctica habitual es contratar mayoritariamente a emigrantes internos
o externos por períodos no demasiado largos y a través de agencias privadas,
que pueden llevarse en comisión hasta la mitad de su salario. Siguiendo la
Directiva europea sobre normas y procedimientos comunes a los estados miembro
para la repatriación de súbditos de terceros países (2008/115/EC), nuestras
legislaciones se están preparando ya para que los inmigrantes ilegales en
espera de resolución sobre su caso puedan recibir empleo en zonas concretas
señaladas por determinadas instancias oficiales (para el caso de Grecia, Ley
3907/2011 37.5). Lean ustedes entre líneas.
Ahora que la
"crisis" se extiende y se agudiza, que empiezan a buscarse fórmulas
para pagar en especie lo que no se podrá pagar en dinero y que las fortunas de
los paraísos fiscales reclaman nuevos paraísos de inversión, comenzarán a
hablarnos de Zonas Económicas Especiales y de otros eufemismos como supuesto
motor de desarrollo y "solución" a los problemas del país. Por eso,
conviene abrir los ojos y conocer las experiencias de otras latitudes: para
estar preparados, para que no nos vuelvan a engañar, y para no olvidarnos nunca
de que esos "paraísos" son la otra cara de muchos infiernos.