Pedro Olalla 08/05/2012
En los últimos dos años, al pueblo griego le han sido ya escamoteados
dos importantes plebiscitos: uno, para pronunciarse sobre su deseo de
someterse o no a un plan de rescate que ha hipotecado seriamente su
presente y su futuro y que le ha obligado a contratar uno de los mayores
préstamos de la historia de la humanidad (decisión que tomó el Gobierno
de Papandreu sin siquiera la aprobación del pleno parlamentario); y
otro, para elegir democráticamente un nuevo Gobierno tras la retirada de
Papandreu, derecho que le fue canjeado por un Ejecutivo diseñado a
conveniencia de los rescatadores y encabezado por Lukas Papademos.
Este domingo sí que hubo un referéndum, si bien es verdad que
convocado de forma tan apresurada que, entre el cierre de las listas de
partidos y el momento del voto, mediaron solo 17 días. Todo indica que
era un referéndum pensado para propiciar el continuismo, mantener el
statu quo y darle a la política que se viene haciendo un cierto marchamo
de legitimidad democrática.No es que el tiro haya salido por la culata,
pero algo no salió como estaba previsto. Dejando aparte el importante
ascenso de la ultraderecha nazi —que pone de manifiesto que entre el
electorado descontento hay mucha gente insolidaria, racista y
manipulable—, el verdadero elemento de distorsión es ese segundo puesto
alcanzado por la coalición de izquierda Syriza. Este partido ha
capitalizado el voto pragmático de buena parte de los disidentes del
dogma político de la austeridad y los rescates. Ha dado una razonable
opción de voto a los muchos ciudadanos conscientes que protagonizaron
las más de 2.000 movilizaciones que han tenido lugar en los dos últimos
años. Veremos ahora qué margen y qué capacidad de acción le queda para
tratar de subvertir esta política y de enviar un contundente mensaje a
Europa.
Estando las cosas como están, con tantas y tantas movilizaciones, con
un 28% de la población bajo el umbral de la pobreza, con el cierre de
decenas de miles de empresas, con un paro que aumenta vertiginosamente
cada día, con una deuda que crece a base de intereses sobre intereses,
con una soberanía cada vez más débil, con un Estado social y de derecho
desmantelado para pagar la deuda de la especulación y los desmanes de la
clase política…, la gran derrota de estas elecciones es que la
disidencia frente a todo esto no haya sido capaz de organizarse a tiempo
en un frente común antirrescate, no haya sido capaz de trazar una línea
de mínimos que permitiera la unidad para conquistar democráticamente el
Gobierno.
Por desgracia, para poder subvertir este sistema perverso, la
sociedad tiene que radicalizarse más en sus convicciones, hacerse más
política en el sentido participativo, y, sobre todo, superar la mera
condición de súbdito para acceder a la de ciudadano, a la de portador
activo de la esencia política de la democracia. Ya el viejo Solón, el
padre de la democracia ateniense, dispuso con acierto retirar los
derechos políticos a aquellos ciudadanos que no se implicaran en las
cuestiones públicas y se quedaran en su casa esperando con indolencia a
ver quién gana.
Desde: internacional.elpais.com
Pedro Olalla a "El Matí de Catalunya Ràdio" (08.05.12.)