4.- LOS RUSO-PONDIOS
Después de la caída de Constantinopla en 1453 a manos de los otomanos, muchas familias griegas del imperio bizantino encuentran refugio en la vecina Rusia, país de tradición cristiana ortodoxa. Este flujo migratorio sigue produciéndose a lo largo de los siglos posteriores, pero es en el XIX cuando se generaliza este fenómeno, especialmente después de cada una de las guerras ruso-turcas. Durante los primeros años del siglo XX se hace todavía más intenso, dando como resultado una población de varios cientos de miles de personas, en su mayoría de origen pondio, que se suman a los griegos que ya se habían establecido allí desde la antigüedad (a partir del siglo VII a.C. se habían fundado colonias a lo largo de las costas septentrionales del mar Negro).
En 1917 se produce en el Imperio Ruso un acontecimiento que cambiará radicalmente las vidas de todos estos griegos: la revolución que dará como resultado el nacimiento de la Unión Soviética. Grecia colaboró con las potencias occidentales para luchar contra esta revolución y envió tropas a las ciudades septentrionales del mar Negro (como Odessa y Sebastopol) en 1919. Los bolcheviques se vengaron persiguiendo a los griegos de todo el territorio. Resulta estremecedor el relato de Nikos Kazantzakis en su libro “Carta al Greco” sobre las masacres que se cometieron y sobre la ayuda a los griegos del Caúcaso:
“Estaba aún en Italia cuando recibí de Atenas, del Ministerio de Previsión Social un telegrama que me pedía aceptara encargarme de la Dirección general del Ministerio, con la misión particular de ir al Cáucaso, donde más de cien mil griegos se hallaban en peligro, y procurar un medio de hacerlos repatriar a Grecia, para salvarlos.” [...] “Procedentes del Sur, los kurdos marcaban como bestias de carga a todos los griegos que caían en sus manos, y los bolcheviques bajaban del Norte, empuñando el fuego y el hacha. Y en el medio, los griegos de Batum, de Sokhum, de Tiflis, de Kars, el nudo corredizo no cesaba de apretarse alrededor de su cuello y desnudos, hambrientos, enfermos, esperaban la muerte.” [...] “Durante un mes, mis compañeros y yo recorrimos las ciudades y las aldeas donde estaban diseminados los griegos; atravesamos Georgia, entramos en Armenia. Por aquellos días, en las puertas de Kars, los kurdos habían vuelto a capturar a tres griegos y los habían herrado como a mulos; habían llegado muy cerca de Kars y oíamos sus cañones día y noche.”
Si queréis leer el capítulo completo, podéis hacerlo pinchando sobre la carátula del libro. Resulta sumamente interesante:
Los griegos que se quedan en la Unión Soviética viven en su mayoría en las ciudades portuarias de la costa septentrional del mar Negro y mar de Azov (como Odessa, Rostov, Sebastopol y Mariupol), en las estepas de Kubán (sur de Rusia), en Georgia y Abjasia. Durante los primeros años no hay demasiados conflictos, al contrario, la nueva política económica y social permite que se produzca un renacimiento cultural griego: se fundan editoriales, se publican libros y periódicos, se forman grupos teatrales y se crea una red de escuelas griegas. En algunas zonas se fundan incluso regiones autónomas griegas en el marco del sistema administrativo soviético. Los problemas comienzan con la colectivización de 1928 y especialmente con la llegada al poder de Stalin. Los griegos son considerados “contrarrevolucionarios” por su tradicional libertad de empresa, sus relaciones con el mundo occidental y su cultura independiente. La mayoría tiene, además, pasaporte griego que les había concedido el gobierno de Atenas después de la primera guerra mundial. Y en la memoria de Stalin seguramente estaba presente la ocupación de Odessa y Sebastopol por parte del ejército griego en 1919. Comienza entonces la persecución, muchos líderes griegos son detenidos y ejecutados, no se libran ni siquiera los miembros del partido. Por supuesto, en las zonas donde había regiones independientes griegas, como en el Kubán, es donde se producen mayor número de detenciones y ejecuciones. Se les acusa de traición, considerándolos “enemigos del pueblo” y trotskistas. Sus familias deben pagar también por esta supuesta traición con el destierro. Entre 1936 y 1939 son deportados a Siberia y a Asia central unos 150.000 griegos. Además, se cierran las escuelas griegas, se detiene la publicación de periódicos y desaparecen las editoriales.
Muchos de los detenidos son condenados a trabajos forzados y enviados a los gulag de Siberia, donde deben vivir en condiciones penosas, soportando el intenso frío y la violencia de los guardias. Son utilizados como mano de obra gratuita. Trabajan en los campos de trabajo entre 12 y 16 horas diarias. La falta de alimentos los va diezmando y cuantos enferman o dejan de ser útiles son ejecutados por los soldados. Traduzco aquí el testimonio de Pavlos Kerdemelidis, uno de los supervivientes de los campos de trabajo:
“En 1939 nos cogieron a 25.000 personas y nos llevaron a Siberia. Era una zona de bosques. Nos hicieron abrir camino y llegamos a un llano. «Os quedaréis aquí» nos dijeron. En mitad del bosque, sin casas, sin nada, entre la nieve... En tales condiciones que a los seis meses sólo quedábamos 600 de los 25.000... Nos llevaban a trabajar de cuatro en cuatro. A nuestro alrededor había soldados con armas y con perros. Si te movías un paso a la derecha o un paso a la izquierda te disparaban sin avisar.”
Imagen obtenida de guardian.co.uk
Esta situación se agrava todavía más en el año 1949, después de que en Grecia ha finalizado la guerra civil con la derrota de los comunistas. Es entonces cuando son deportados todos los griegos de Crimea, del Kubán, del sur de Rusia y del Cáucaso. Muchos mueren en los trenes que les llevan a su destino, nuevamente Siberia y Asia central, donde no han cambiado las condiciones de vida. Así lo expresa uno de los desterrados: “Por la mañana, con 50 ó 60 grados bajo cero, había que recoger tres metros cúbicos de madera para que te dieran 800 gramos de pan. Esa madera la llevaban a los colegios. No había caballos. La cargaban a nuestras espaldas y nosotros la llevábamos.”
Como ya hemos dicho, la mayoría de estos griegos son de origen pondio. Son obligados a instalarse en las estepas de Asia central, donde viven en condiciones penosas. Mantienen su cultura a pesar de las prohibiciones, enseñando en secreto a sus hijos el idioma y las tradiciones de sus mayores, especialmente cocina y música. Precisamente hay una canción que recuerda los padecimientos de todos estos años:
Αχ, ανάθεμά σε Καζακστάν,
ατέλειωτα γιαζία
σά γιαζία σ' εχάθανε
παλικάρεα παιδία
Αχ, εθυμέθα τό Καζακστάν
και τα λόγια μ' είν' βαρέα
κι θά νασπάλνε οι Ρωμαίοι
τά σερανταεννέα
Αχ, ντό είδαν καί ν' υπόφεραν,
φυλακές, εξορία
καί τσάτσαλοι καί πεινασμέν'
έχτιζαν πολιτείας
Πολλιά είδανε οι Ρωμαίοι
καί βάσανα καί πόνεα
καί με την λύραν επέρασαν
τά δύσκολα τά χρόνεα
Ay, te maldigo, Kazajstán
interminables llanuras,
en tus llanuras han desaparecido
jóvenes muchachos.
Ay, me acuerdo de Kazajstán
y mi alma me pesa
no olvidarán los griegos
el año 49.
Ay, qué han visto y qué han sufrido,
prisión, exilio,
y desnudos y hambrientos
han construido comunidades.
Mucho han visto los griegos,
sufrimientos y penas,
y con la lira han pasado
los años difíciles.
La situación cambia ligeramente al morir Stalin, ya que a los que han adquirido la nacionalidad soviética se les permite regresar a sus lugares de origen. Pero los que tienen documentación griega continúan desterrados. Es seguramente entonces cuando empiezan a soñar con el “regreso a la patria”, a esa patria en la que nunca han estado pero que les considera sus hijos y les ha dado una identidad. El sueño se hace realidad con la disolución de la Unión Soviética: a finales la década de los 80 y especialmente en los años 90 comienzan a irse hacia esa patria soñada, donde llegan cargados de ilusiones. Pero allí no encuentran la acogida que esperaban: al igual que había ocurrido en 1923 con la llegada de los refugiados pondios de Anatolia, los ruso-pondios no son recibidos con los brazos abiertos sino más bien todo lo contrario. Hay que tener en cuenta que a mediados de los años 80 había una población de aproximadamente medio millón de griegos en la Unión Soviética, gran parte de los cuales emigra a las principales ciudades de Grecia (sobre todo a Atenas). Hablan un idioma incomprensible y tienen unas costumbres completamente diferentes a las helénicas. Los jóvenes hablaban una mezcla de ruso y pondio difícil de entender incluso por los refugiados del año 23. Esa es una de las razones que provoca que se sientan marginados por la sociedad, que les ve más como inmigrantes rusos que como compatriotas griegos. Esa imagen es la que aparece en la película “Desde los límites de la ciudad” (Από την άκρη της πόλης, 1998) de Constantinos Yannaris, de la que hablaremos en el capítulo siguiente. No obstante, pongo aquí un par de fragmentos subtitulados en español: