MEMORIA DE GRECIA
Se piensa si se debería
acabar con lo emprendido, sin propósito deliberado. Ilusión, esperanza…; con
todo ello fui caminando y seguro que caminaré hasta que me detengan sin
remedio. Gloriosos sentires –ciudades, criaturas y el frío incurable ante lo perdido.
Mas, ¿perdido acaso? No. Jamás se me perderá cuanto amé y amo. Perderlo sería
olvidar y eso no lo aprendí. Ni siquiera el tiempo podría hacerme creer que él
mismo se pierde en mí ni por mí; tampoco. Retener cuanto se vio es hermosa
respuesta a lo que se va yendo; con forzoso acatamiento o con suavidad no
exenta de ternura. La muerte de seres queridos no borra su memoria; el
desencanto; el desamor en otros casos, deja suave roce en el alma. Y permanece,
a pesar de todo: fue y no dejará de ser, por haber sido.
Así, aquel atardecer,
navegando el Bósforo; alejándonos de Estambul. La nave resbalando tibiamente
por aguas inmortales y la reincorporación gozosa a un mundo que, hasta ausente,
permanecerá. La mañana radiante en Delos; las manos llenas del agua que se
acercaba a los labios para bebérsela con reverencia. Las horas largas en la
Acrópolis, con el empeño de absorberlas, incorporárselas para que se unieran al
remoto pasado latente. Y la avarienta contemplación del mar único, padre de
nuestra cultura. El insaciable estar en Mykonos (¿recuerdas, amiga Carmen
Valls, nuestro encuentro allí, tú con tu Adrián y yo con alguien que ya no existe,
y después Carmen, en El Pireo, nuestro abrazo con tu Aurelio después de años
sin vernos y sin olvidar nuestra amistad desde 1945? La evoco ahora, cuando
acabo de reencontraros en Madrid al costado del magnífico “Retorno a la poesía”,
de Aurelio).
Para nosotros, gente
mediterránea, encontramos la tierra de Grecia semejante a la propia. Olivos,
aceite que constituían alimentos de los pastores, los cabreros y el pueblo
soberano. El vino ya nos parecía el nuestro. Si desdichadamente no pude andar
mucho en Grecia entonces, gracias a los hermanos Dürrell disfruté de ella
leyendo sus entusiastas obras hasta mantenerme el deseo de retornar a sus
islas.
Ignoro el verdadero
parentesco de mi raza cartaginesa (según A. Valls) con la griega, pero admitiré
que nada tendría de imposible por cierta homogeneidad. Sin deshacer el lazo que
a tantos otros pueblos nos debemos los mediterráneos.
Carmen
CONDE
De la Real Academia
Española
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(Nota obligada:
Lo más hermoso de Atenas lo conocí en el gran Museo de Londres)
Artículo
publicado en el diario ABC el 23 de abril de 1985