viernes, 14 de octubre de 2011

SEFARAD EN CLAVE GRIEGA


La segunda ciudad de Grecia tiene nombre femenino y un dramático pasado ligado a los judíos sefarditas. A cada paso, apetecibles terrazas. Mosaicos, iglesias y mucha marcha universitaria.

Por Carlos Pascual en El Viajero

Tesalónica era la hermanastra de Alejandro Magno, y su destino fatal se remonta a la época romana, pues siempre ha sido broche entre Oriente y Occidente: la Vía Egnatía unía ambos mundos, y no se ha corrido un milímetro, ni ha cambiado de nombre; san Pablo la pateó unas cuantas veces, y acabó remitiendo un par de epístolas a los tesalonicenses. Los turcos la conquistaron en 1430 y la llamaron Salónica. Oleadas de judíos, armenios y asiáticos fueron acrisolando su carácter multicultural, sazonado con asedios, cruzadas, cismas teológicos y otras catástrofes naturales, como el incendio de 1917, el terremoto de 1978 o los arquitectos municipales. Por tales quebrantos, sus calles a veces pueden parecer las de una insulsa población playera; pero de pronto, entre los bloques anodinos, brotan relieves romanos, iglesias bizantinas, baños otomanos, fachadas neoclásicas y jóvenes perfumados: tiene más universitarios que Atenas, y supera con creces el millón de habitantes. La mayoría, hinchas del PAOK (rama fútbol o baloncesto). Ruidosos, jaraneros y convencidos de que, tras algún que otro rescate financiero, tendrán por fin metro para 2013, o 2017, eso solo Zeus lo sabe...

9.00 Kilómetros de muralla
Lo mejor es empezar por la llamada Torre Blanca, porque es el emblema de la ciudad y porque ahora aloja un museo sobre la propia ciudad y su agridulce memoria. Este bastión, reconstruido por los turcos en el siglo XV, era clave en el recinto amurallado, un anillo de más de cuatro kilómetros. Siguiendo la muralla se asciende a la parte alta y a la Torre de la Cadena (se visita). Desde allí se cierne a ojo de pájaro la ciudad entera y el Golfo Termaico. En esa parte alta quedan casas de época otomana. También está la ciudadela, que fue prisión hasta 1989, y se postuló como museo cuando la capitalidad cultural europea, en 1997 (pero al final, nada). Descendiendo por el lado oeste se ven los paños de muralla más enteros. Y salen al paso algunas joyitas bizantinas, como las iglesias de Osios David, Agia Ekaterini o los Doce Apóstoles.

11.00 Baños del año 306
Hay más de sesenta iglesias bizantinas, algunas con frescos o mosaicos de mérito, y que van del siglo V al bajo Medioevo. La más querida, Agios Dimitiros, la del patrón. Este oficial romano fue encarcelado y ejecutado en unos baños, en el año 306; sobre su martyrium se alzó una iglesia, y más tarde, la actual basílica bizantina; mejor dicho, la que ardió en el incendio de 1917. Restaurada con mimo, conserva mosaicos, capiteles de acarreo y la cripta, en los baños romanos, convertida en museo lapidario. Bajando por las ruinas del ágora romana se alcanza la Vía Egnatía, que sigue impertérrita, luciendo el arco triunfal que el emperador Galerio le plantó a horcajadas; al ensanchar la calle, por el tráfico, rompieron uno de los dos arcos primitivos, pero al menos respetaron los relieves panegíricos del restante. Casi al lado se recorta la mole de la llamada Rotonda, mausoleo de Galerio (no llegó a estrenarlo, murió lejos), luego iglesia de San Jorge, luego mezquita, y ahora espacio donde escuchar música, bajo un puzzle de mosaicos rotos en la cúpula. Volviendo al eje de la Egnatía, encontraremos Santa Sofía, con capiteles del siglo V y mosaicos del X.

13.00 Hambre de terrazas
La constante que amalgama cada fragmento de ciudad son las terrazas. Son una fiebre, las hay por todas partes, y casi siempre con mobiliario cuidado. La cara más oriental de Tesalónica está en su Mercado Central. Allí no solo se mercan vituallas, también se puede comer; es más, al caer la tarde, muchos puestos que durante el día vendían rábanos o pescado se transforman en restaurantes. También se puede comer esa suerte de tapas griegas que son los mezedhés o las típicas sutsukákia (albóndigas) en algunos pasajes asociados al mercado. Para comidas (o cenas) más formales, Paparouna (plaza de Emporiou), cuyo chef luce algunos trofeos europeos, o Molyvos (Ionos Dragoumi). En el barrio de Ladádika, que ha salvado algunas calles y casas de sabor tradicional, junto al puerto, Negroponte y Mythos.

16.00 Café con Aristóteles
La plaza mayor de la ciudad lleva el nombre del preceptor de Alejandro, el filósofo Aristóteles; un arquitecto francés la diseñó, tras la II Guerra Mundial, como ágora porticada (un espléndido concepto urbano), abierta al mar y al monte Olimpo, muchas veces nevado. Allí hay terrazas y cafés elegantes. Por su cabecera discurre la calle de Zimiski, donde se alinean las tiendas de marca. Siguiendo su rastro de lujo se llega al Museo Arqueológico, algo decaído ahora que se han llevado a Vergina las piezas de oro de las tumbas reales de Macedonia (los recientes museos de Vergina y de Pella, a 85 y 38 kilómetros, respectivamente, son un must si se dispone de un día extra). Al lado está el Museo Bizantino, el más rico en fondos de la ciudad. Hay otros, por supuesto, pero el turista español no debería omitir el Museo Judío: cuando los Reyes Católicos expulsaron de España a los judíos en 1492, vinieron aquí más de 20.000 sefardíes que conservaron su lengua (el ladino o judezmo). La comunidad judía llegó a alcanzar 70.000 individuos en 1923 (casi la mitad del censo entonces); de los 49.000 que aún habitaban la ciudad antes de la II Guerra Mundial, los nazis dejaron menos de dos mil supervivientes.

20.00 'Yin-yang'
La movida cultural y musical es muy intensa; no hay que olvidar que Tesalónica es cuna de la canción rebética (especie de nova cançó que se oficia en bares bohemios y ha inspirado a dibujantes o directores de cine). El Teatro Nacional o el Auditorio del recinto ferial Helexpo (ambos entre la Torre Blanca y la Universidad) celebran espectáculos musicales de variada gama. Pero la joya de la corona es el Mégaro Musikís (25, Martiou & Paralia, al final de la avenida y jardines de Alejandro): al austero edificio de ladrillo levantado hace una década, el japonés Arata Isozaki acaba de añadir un bloque minimalista de mármol y cristal, de modo que el conjunto forma una especie de yin-yang, masculino y femenino, según el propio arquitecto; el edificio aloja dos grandes salas, museo, librería y restaurante, y desde su terraza hay grandes vistas. En la parte opuesta de la ciudad, el área de Mylos (avenida de Georgiou, 56) agrupa un centro cultural, restaurantes, bares y terrazas de acreditada nocturnidad. Bares de copas y más terrazas en la plaza de Emporiou, en el centro, y sobre todo en el barrio de Ladádika, la zona por excelencia. A la generación de grandes hoteles elegantes (Electra Palace, en la plaza de Aristóteles; Macedonian Palace, en los jardines de Alejandro) está sucediendo otra de hoteles pequeños (o no tanto) de exquisito interiorismo, como The Excelsior (Komninon esquina con Mitropoleos), el City Hotel (Komninon, 11) o Les Lazaristes (Kolokotroni, 16), unido al Lazariston, convento convertido en centro cultural.