por Dimitris Angelís
Sin duda es difícil bosquejar un panorama de la poesía griega contemporánea: la limitación de espacio puede conducir a un infructuoso catálogo de nombres con inevitables omisiones, mientras la obra de poetas importantes queda despachada en apenas un par de líneas, por no hablar de que al redactor del texto, también poeta, le resultará imposible ocultar algunas de sus preferencias por mucho que intente ser objetivo. Por eso, tal vez lo más correcto sea subrayar los temas que han ocupado a la poesía griega a lo largo del tiempo, de manera que, además, salga a la luz la conexión soterrada que existe entre la poesía griega y la española a causa de las comunes experiencias políticas de ambos países en el convulso siglo XX. Por otro lado, bastantes poetas griegos han sido ya traducidos al español y disponemos, como obra de referencia, de la Antología de la poesía griega (desde el siglo XI hasta nuestros días) de José Antonio Moreno Jurado, que debería reconocerse, pese a algunas lagunas, como la más completa antología de poesía neohelénica que ha circulado tanto en Grecia como en el extranjero.
La cuestión lingüística
Aunque la poesía griega, ya desde la liberación del país del yugo turco en 1832, contaba con dos autores importantes, los heptanesios Dionisio Solomós (1798-1857) y Andreas Kalvos (1792-1869), durante un largo período padeció la pugna lingüística entre la «katharévusa» y la «dimotikí». La obra de ambos poetas, que más tarde serían reconocidos como «nacionales» por expresar de manera romántica su deseo de liberación (el himno de Grecia se compone de dos estrofas del «Himno a la libertad» de Solomós), recoge con precisión este dualismo: Solomós escribía en dimotikí, Kalvos en katharévusa. La dimotikí era el vehículo de expresión cotidiano de la gente sencilla, mientras que la katharévusa era una lengua artificial, arcaizante, empleada en todos los documentos estatales y, por supuesto, por los intelectuales de la época, en un intento de señalar la relación del país recién independizado con su antiguo pasado glorioso. Durante largo tiempo, los escritores dimotikistas fueron tildados peyorativamente de «peludos», a causa de una crónica de I. Kondylakis que incidía en la melena de Kostas Pasayanis.
Estas disputas lingüísticas fueron muy apasionadas. Así, por ejemplo, en otoño de 1901 se produjeron lo que se conoce como episodios «Evangélicos». La publicación por entregas en el periódico Acrópolis de la traducción del Nuevo Testamento en lengua coloquial provocó movilizaciones de signo contrario que concluyeron con ocho muertos y setenta heridos. De similar alcance fueron los acontecimientos «Orestíacos»: entre el 6 y el 9 de noviembre de 1903, con motivo del estreno en el Teatro Real de la Orestíada en katharévusa simplificada (ni siquiera ésta era tolerada), los profesores universitarios incitaron a los estudiantes y a la prensa a movilizarse. La intervención del ejército para disolver las protestas subsiguientes se saldó con dos muertos y siete heridos.
Aunque la solución definitiva al conflicto llegaría mucho más tarde –en 1977 es abolida oficialmente la katharévusa de los escritos públicos–, la vigorosa figura de Kostís Palamás (1859-1943), líder indiscutible de la generación de 1880, impuso con su prestigio, aunque no sin coste personal, la poesía en dimotikí. Así, desde principios del siglo XX, los más importantes poetas se expresan en la lengua coloquial. La generación de Palamás superó el romanticismo de la Escuela Ateniense (1830-1880) y recibió una gran influencia del parnasianismo y, en su último periodo, del simbolismo. Buena muestra del prestigio de Palamás –entre cuyos admiradores se encontraba Unamuno– es que su entierro, en el que Sikelianós leyó su célebre oración fúnebre que comenzaba con la frase «En este féretro se apoya Grecia», se convirtió en una manifestación contra la ocupación nazi.
Kavafis, Papatsonis, Sikelianós, Kariotakis
En 1903, el prosista y crítico Grigorios Xenópulos informó al público ateniense de la existencia de un poeta importante que vivía lejos del centro metropolitano, en la entonces floreciente comunidad de Alejandría: Constantino Petrou Kavafis (1863-1933). El enfrentamiento entre los seguidores de Kavafis y Palamás comenzó en 1918 y se prolongó hasta 1924, cuando Palamás hizo una breve pero cabal valoración de la obra de su «antagonista». Kavafis se hará en los años siguientes mundialmente conocido por su didacticismo aforístico, su insinuante homosexualidad y el uso del decadente pasado helenístico como escenario de su poesía. Fue también el primer poeta griego moderno en escribir en verso libre. Le seguirá, poco después, T. K. Papatsonis, un poeta predominantemente religioso, con influencias de Claudel y Santa Teresa de Jesús, cuya contribución, sin embargo, quedó un tanto relegada a causa del vigor de la generación del 30.
Entre los poetas de este periodo destaca Ánguelos Sikelianós (1884-1951), para muchos el poeta griego más importante del siglo XX. La obra de Sikelianós, recuperador de las fiestas délficas, está al servicio de una muy impetuosa teoría cósmica en la que el poeta desempeña un papel central como misionero de una ideología religiosa que aspira a la recuperación del mito arquetípico de la eterna hipóstasis psicosomática. Sikelianós fue propuesto para el Premio Nobel en 1947 por André Gide, Eugene O´ Neill, Paul Claudel, Henry Miller, Louis Aragon y Paul Éluard, pero su candidatura fue rechazada por otros escritores griegos, en un clima político de guerra civil, por haber tomado partido en favor de la izquierda. Otro poeta que con su pesimismo y su suicidio influirá en la poesía de entreguerras es Kostas Kariotakis (1896-1928), un poeta menor cuya recepción, sin embargo, perdura en el tiempo y se ha incrementado en los últimos años.
En búsqueda de la helenidad
La generación del 30 trató de compatibilizar una búsqueda estética manifiestamente modernista con el deber histórico del redescubrimiento de la helenidad, un sólido «mito» ideológico en torno a la identidad del nuevo helenismo tras lo que se conoce como Catástrofe de Asia Menor (la conquista turca de Esmirna, en 1922). Desde este punto de vista, presenta bastantes analogías con la generación del 27 española –al igual que la generación de 1880 con la española del 98–, sólo que aquí el dígito no se refiere a una fecha determinada sino a un decenio completo.
La transformación de la poesía griega llegó a través de un libro de título significativo: Cambio (1931), del esmírneo Yorgos Seferis (1900-1971), que recibió el Nobel de Literatura en 1963. Su poesía reflexiva, con influencias de poetas franceses y de T. S. Eliot, colocó el tema del helenismo en el centro del debate e influyó, con frecuencia de manera sofocante, en los poetas más jóvenes. En 1935 Andreas Embirikos (1901-1975), con su célebre conferencia «Sobre surrealismo» y la edición del libro Altos hornos, presentó el movimiento surrealista al público griego (Embirikos fue, además, el introductor del psicoanálisis en Grecia). Al movimiento surrealista pertenece también Nikos Engonópulos (1907-1985) y, hasta cierto punto, el primer Elytis (1911-1996), que se inició en este movimiento literario leyendo a Éluard y a Lorca y consiguió el Nobel en 1979. Un caso diferente es el de Yannis Ritsos (1909-1990), cuya obra conecta desde su primera colección poética con el movimiento de izquierda, una temática que sólo abandona indirectamente en los monólogos poéticos en forma teatral de Cuarta dimensión y en algunos poemas de escasos versos, densos en significado, que muestran la tensión existencial del que probablemente sea el poeta más prolífero del siglo XX (¡a su muerte dejó inéditas 51 colecciones poéticas y una obra en prosa!). Otros poetas importantes de esta generación son Nikiforos Vretakos, desaparecido prematuramente a causa de la guerra, Yorgos Sarantaris, el poeta de los mares exóticos Nikos Kavadías y el constantinopolitano Aléxandros Baras.
La búsqueda de la identidad griega como una de las preocupaciones centrales de la época está relacionada, hasta cierto punto, con la línea ideológica de la dictadura de Metaxás (1936-1941). En todo caso, los poetas de esta generación, que publicaron la parte más extensa e importante de su obra tras la guerra, expresaron de manera monumental los sueños colectivos, los sufrimientos, las agonías y las esperanzas del pueblo griego y dieron un enorme prestigio a la poesía de este país. Es significativo que los pintores más importantes de esta misma generación se dieran a conocer con ilustraciones de las obras de estos poetas, mientras que la musicalización de poemas –Es digno de Elytis, Romiosini y Epitafio de Ritsos...– por Mikis Theodorakis y otros compositores puso la poesía en la boca y el corazón de todos los griegos. El legado de la generación del 30 fue enorme. No sólo su estilo sino también su mito influyeron en las formas de expresión tanto de la primera como de la segunda generación de la posguerra. La recepción de la obra de Seferis, por ejemplo, es crucial en poetas como Th. D. Frankópulos, Yoryís Pavlópulos, Takis Sinópulos, Manolis Anagnostakis, Panos Thasitis y otros muchos. Realmente sería de gran interés una historia de la literatura neohelénica articulada en torno al fenómeno del epigonismo, que analizara los círculos de influencias de los escritores más importantes.
Aunque Atenas es sin duda el epicentro de la vida poética griega del siglo XX, en las décadas de 1930 y 1940 se concentran en torno a las revistas Días macedonios y Caracola, un conjunto de poetas y prosistas que se caracterizan por una escritura atenta a la interioridad y una intensa religiosidad. La poesía del grupo está influenciada temáticamente por el carácter bizantino de su ciudad de origen y por eso frecuentemente se denomina «Escuela de Salónica». Entre sus miembros más destacados están G. Th. Vafópulos (1903-1996), Zoí Kareli (1901-1998), Nikos Gavriíl Pentzikis (1908-1993) o Yorgos Thémelis. Los intereses religiosos y existenciales de la escuela situaron a sus miembros al margen de las demandas políticas de aquella difícil época, lo que provocó que apenas tuviera continuación en el ambiente poético de la posguerra, que apostó por un cambió completo de orientación.
La primera generación de la posguerra
La primera generación de la posguerra incluye poetas que aparecieron tras la II Guerra Mundial. Se trata de una generación que se hace adulta durante la ocupación alemana y la guerra civil y cuya participación en los hechos políticos de la época conduce a gran número de sus miembros a las cárceles o al exilio en islas desiertas, donde la vida se organizaba como en un campo de concentración. Por este motivo, sus poetas dedican gran parte de su obra a dar testimonio de los sufrimientos vividos y luego experimentan el clima de la frustración que crea la derrota de la izquierda. Desde luego, es característico que muchos de ellos se refieran a la «hermana España», encontrando analogías entre la dictadura franquista y la situación griega de posguerra. Más concretamente, la figura de Lorca y su muerte se convierten en un símbolo antifascista universal y el poeta andaluz aparece frecuentemente en poemas griegos.
Este grupo incluye a autores importante como Minás Dimakis, Kriton Athanasulis, Takis Varvitsiotis, Aris Dikteos, Mijalis Katsarós, Takis Sinópulos, Aris Alexandru, Stavros Vavuris, Titos Patrikios o Dimitris Dúkaris. No obstante, su tono lo dan el lirismo y las sorprendentes imágenes de D. P. Papaditsas (1922-1987), el período metafísico –más que el político– de Tasos Livaditis (1922-1988), la poesía política de Manolis Anagnostakis (1925-2005), el surrealismo oscuro hasta lo terrorífico de Miltos Sachturis (1919-2005) y la poesía explosivamente inspirada aunque de resultados desiguales de Nikos Karuzos (1926-1990). Como consecuencia de la participación de muchos de estos autores en los hechos políticos de la época y de su –desde luego, justificado– deseo de legitimar esa lucha, su poesía hoy no encuentra en el público lector joven la aceptación que tienen otros poetas del mismo periodo que no pusieron su ideal lírico al servicio de la militancia.
La segunda generación de la posguerra y los poetas del 70
Más distanciados, aunque no completamente desvinculados, de los hechos políticos que marcaron a la generación precedente, los poetas que aparecen desde mediados de la década de 1950 y durante toda la década de 1960 manifiestan nuevos intereses estéticos. A esta generación pertenecen los tesalonicenses Dinos Christianópulos y Nikos-Alexis Aslánoglu, la hoy académica Kikí Dimulá, Tasos Porfyris, Zanasis Tzulis, Gerásimos Lykiardópulos, Vyron Leontaris, Orestis Alexakis, el hispanista Kostas E. Tsirópulos, Tasos Korfis, etc. En este periodo resulta más fácil valorar los trabajos poéticos a partir de títulos concretos y no tanto del conjunto de la obra de sus representantes, que manifiesta numerosas irregularidades. En cualquier caso, estos poetas se caracterizan por una escritura liberada de las exaltaciones heroicas del pasado y cuya marcada angustia existencial prepara el terreno para la ruptura con las formas consolidadas de expresión.
Aunque durante algún tiempo se tendió a incluir a los poetas que aparecen tras la Dictadura de los Coroneles (1967-1974) dentro de la segunda generación de la postguerra, hoy se suele considerar la denominada «generación del 70» como un grupo autónomo con características diferenciales. Sus poetas –Y. Kontós, Naná Isaía, A. Fostieris, K. Mavrudís, K. G. Papagueorguíu, Tz. Mastorakis, Y. Varveris, N. Vayenás, Ch. Liontakis, L. Pulios...– se inspiran más en la poesía americana que en la europea y practican una escritura antilírica y antimetafísica, con intensos caracteres prosaicos, que en las siguientes dos décadas conducirá a los escritores a un cierto callejón sin salida expresivo. La poesía deja de transmutar sueños o ideas, que ahora afronta más bien de manera irónica, y se centra en el registro de los sucesos de la vida privada. Un caso destacado es el de Mijalis Ganás, que utiliza de manera novedosa la tradición popular para expresar el cariño que siente por su tierra natal del Epiro y traer a escena recuerdos de infancia de su casa familiar, creando su propio mito poético. Además, Ganás ha conseguido ganarse la aceptación del público lector gracias a los versos que ha escrito para canciones entrañables.
Un callejón sin salida
El poderoso influjo de la generación del 70 –que en buena medida sigue controlando las revistas literarias y el campo editorial– dio lugar a un clima de crisis en los poetas de las dos décadas siguientes, que intentaron a la desesperada y sin mucho éxito salir de una tierra baldía labrándose su propia escritura. Son escasísimas las voces de interés que surgen en ese periodo, los sueños colectivos desaparecen y ocupan su lugar el conformismo, la introversión y el aislamiento. Muchos autores renunciaron, arrastrados por las preocupaciones diarias o porque decidieron dedicarse a la prosa. Entre los que publican en la década de los ochenta destacan el ingenioso Ilías Layos (1958-2005), Ilías Kefalas, Vangelis Kasos, Stratís Paschalis, Zanasis Jatsópulos, y la sensibilidad y la modestia de Yorgos Gotis y Kostas Rizakis. Mención aparte merece la edición de Ramillete (1993), un libro conjunto de tres representantes de la década de los ochenta (Ilías Layos, Dionisio Kapsalis, Yorgos Koropulis) y Mijalis Ganás, que contribuyó a restaurar el uso de la versificación y, concretamente, del soneto. Aunque en este periodo la poesía parece haber perdido buena parte de su prestigio y la mayoría de los jóvenes escritores optan por la prosa, esta interrupción también ha tenido un efecto liberador sobre los poetas que han surgido a finales de la década de los noventa y a principios del siglo XXI. Ha aparecido una generación de autores con un alto nivel formativo, amplios conocimientos de la literatura no sólo anglosajona sino también hispánica o alemana y medios de expresión propios (nuevas revistas y la red), que ha optado por reencontrase con los poetas de los años treinta y la primera generación de posguerra para intentar dar con su propia voz y ensayar nuevas formas de expresión.
Fuente: www.circulobellasartes.com
La cuestión lingüística
Aunque la poesía griega, ya desde la liberación del país del yugo turco en 1832, contaba con dos autores importantes, los heptanesios Dionisio Solomós (1798-1857) y Andreas Kalvos (1792-1869), durante un largo período padeció la pugna lingüística entre la «katharévusa» y la «dimotikí». La obra de ambos poetas, que más tarde serían reconocidos como «nacionales» por expresar de manera romántica su deseo de liberación (el himno de Grecia se compone de dos estrofas del «Himno a la libertad» de Solomós), recoge con precisión este dualismo: Solomós escribía en dimotikí, Kalvos en katharévusa. La dimotikí era el vehículo de expresión cotidiano de la gente sencilla, mientras que la katharévusa era una lengua artificial, arcaizante, empleada en todos los documentos estatales y, por supuesto, por los intelectuales de la época, en un intento de señalar la relación del país recién independizado con su antiguo pasado glorioso. Durante largo tiempo, los escritores dimotikistas fueron tildados peyorativamente de «peludos», a causa de una crónica de I. Kondylakis que incidía en la melena de Kostas Pasayanis.
Estas disputas lingüísticas fueron muy apasionadas. Así, por ejemplo, en otoño de 1901 se produjeron lo que se conoce como episodios «Evangélicos». La publicación por entregas en el periódico Acrópolis de la traducción del Nuevo Testamento en lengua coloquial provocó movilizaciones de signo contrario que concluyeron con ocho muertos y setenta heridos. De similar alcance fueron los acontecimientos «Orestíacos»: entre el 6 y el 9 de noviembre de 1903, con motivo del estreno en el Teatro Real de la Orestíada en katharévusa simplificada (ni siquiera ésta era tolerada), los profesores universitarios incitaron a los estudiantes y a la prensa a movilizarse. La intervención del ejército para disolver las protestas subsiguientes se saldó con dos muertos y siete heridos.
Aunque la solución definitiva al conflicto llegaría mucho más tarde –en 1977 es abolida oficialmente la katharévusa de los escritos públicos–, la vigorosa figura de Kostís Palamás (1859-1943), líder indiscutible de la generación de 1880, impuso con su prestigio, aunque no sin coste personal, la poesía en dimotikí. Así, desde principios del siglo XX, los más importantes poetas se expresan en la lengua coloquial. La generación de Palamás superó el romanticismo de la Escuela Ateniense (1830-1880) y recibió una gran influencia del parnasianismo y, en su último periodo, del simbolismo. Buena muestra del prestigio de Palamás –entre cuyos admiradores se encontraba Unamuno– es que su entierro, en el que Sikelianós leyó su célebre oración fúnebre que comenzaba con la frase «En este féretro se apoya Grecia», se convirtió en una manifestación contra la ocupación nazi.
Kavafis, Papatsonis, Sikelianós, Kariotakis
En 1903, el prosista y crítico Grigorios Xenópulos informó al público ateniense de la existencia de un poeta importante que vivía lejos del centro metropolitano, en la entonces floreciente comunidad de Alejandría: Constantino Petrou Kavafis (1863-1933). El enfrentamiento entre los seguidores de Kavafis y Palamás comenzó en 1918 y se prolongó hasta 1924, cuando Palamás hizo una breve pero cabal valoración de la obra de su «antagonista». Kavafis se hará en los años siguientes mundialmente conocido por su didacticismo aforístico, su insinuante homosexualidad y el uso del decadente pasado helenístico como escenario de su poesía. Fue también el primer poeta griego moderno en escribir en verso libre. Le seguirá, poco después, T. K. Papatsonis, un poeta predominantemente religioso, con influencias de Claudel y Santa Teresa de Jesús, cuya contribución, sin embargo, quedó un tanto relegada a causa del vigor de la generación del 30.
Entre los poetas de este periodo destaca Ánguelos Sikelianós (1884-1951), para muchos el poeta griego más importante del siglo XX. La obra de Sikelianós, recuperador de las fiestas délficas, está al servicio de una muy impetuosa teoría cósmica en la que el poeta desempeña un papel central como misionero de una ideología religiosa que aspira a la recuperación del mito arquetípico de la eterna hipóstasis psicosomática. Sikelianós fue propuesto para el Premio Nobel en 1947 por André Gide, Eugene O´ Neill, Paul Claudel, Henry Miller, Louis Aragon y Paul Éluard, pero su candidatura fue rechazada por otros escritores griegos, en un clima político de guerra civil, por haber tomado partido en favor de la izquierda. Otro poeta que con su pesimismo y su suicidio influirá en la poesía de entreguerras es Kostas Kariotakis (1896-1928), un poeta menor cuya recepción, sin embargo, perdura en el tiempo y se ha incrementado en los últimos años.
En búsqueda de la helenidad
La generación del 30 trató de compatibilizar una búsqueda estética manifiestamente modernista con el deber histórico del redescubrimiento de la helenidad, un sólido «mito» ideológico en torno a la identidad del nuevo helenismo tras lo que se conoce como Catástrofe de Asia Menor (la conquista turca de Esmirna, en 1922). Desde este punto de vista, presenta bastantes analogías con la generación del 27 española –al igual que la generación de 1880 con la española del 98–, sólo que aquí el dígito no se refiere a una fecha determinada sino a un decenio completo.
La transformación de la poesía griega llegó a través de un libro de título significativo: Cambio (1931), del esmírneo Yorgos Seferis (1900-1971), que recibió el Nobel de Literatura en 1963. Su poesía reflexiva, con influencias de poetas franceses y de T. S. Eliot, colocó el tema del helenismo en el centro del debate e influyó, con frecuencia de manera sofocante, en los poetas más jóvenes. En 1935 Andreas Embirikos (1901-1975), con su célebre conferencia «Sobre surrealismo» y la edición del libro Altos hornos, presentó el movimiento surrealista al público griego (Embirikos fue, además, el introductor del psicoanálisis en Grecia). Al movimiento surrealista pertenece también Nikos Engonópulos (1907-1985) y, hasta cierto punto, el primer Elytis (1911-1996), que se inició en este movimiento literario leyendo a Éluard y a Lorca y consiguió el Nobel en 1979. Un caso diferente es el de Yannis Ritsos (1909-1990), cuya obra conecta desde su primera colección poética con el movimiento de izquierda, una temática que sólo abandona indirectamente en los monólogos poéticos en forma teatral de Cuarta dimensión y en algunos poemas de escasos versos, densos en significado, que muestran la tensión existencial del que probablemente sea el poeta más prolífero del siglo XX (¡a su muerte dejó inéditas 51 colecciones poéticas y una obra en prosa!). Otros poetas importantes de esta generación son Nikiforos Vretakos, desaparecido prematuramente a causa de la guerra, Yorgos Sarantaris, el poeta de los mares exóticos Nikos Kavadías y el constantinopolitano Aléxandros Baras.
La búsqueda de la identidad griega como una de las preocupaciones centrales de la época está relacionada, hasta cierto punto, con la línea ideológica de la dictadura de Metaxás (1936-1941). En todo caso, los poetas de esta generación, que publicaron la parte más extensa e importante de su obra tras la guerra, expresaron de manera monumental los sueños colectivos, los sufrimientos, las agonías y las esperanzas del pueblo griego y dieron un enorme prestigio a la poesía de este país. Es significativo que los pintores más importantes de esta misma generación se dieran a conocer con ilustraciones de las obras de estos poetas, mientras que la musicalización de poemas –Es digno de Elytis, Romiosini y Epitafio de Ritsos...– por Mikis Theodorakis y otros compositores puso la poesía en la boca y el corazón de todos los griegos. El legado de la generación del 30 fue enorme. No sólo su estilo sino también su mito influyeron en las formas de expresión tanto de la primera como de la segunda generación de la posguerra. La recepción de la obra de Seferis, por ejemplo, es crucial en poetas como Th. D. Frankópulos, Yoryís Pavlópulos, Takis Sinópulos, Manolis Anagnostakis, Panos Thasitis y otros muchos. Realmente sería de gran interés una historia de la literatura neohelénica articulada en torno al fenómeno del epigonismo, que analizara los círculos de influencias de los escritores más importantes.
Aunque Atenas es sin duda el epicentro de la vida poética griega del siglo XX, en las décadas de 1930 y 1940 se concentran en torno a las revistas Días macedonios y Caracola, un conjunto de poetas y prosistas que se caracterizan por una escritura atenta a la interioridad y una intensa religiosidad. La poesía del grupo está influenciada temáticamente por el carácter bizantino de su ciudad de origen y por eso frecuentemente se denomina «Escuela de Salónica». Entre sus miembros más destacados están G. Th. Vafópulos (1903-1996), Zoí Kareli (1901-1998), Nikos Gavriíl Pentzikis (1908-1993) o Yorgos Thémelis. Los intereses religiosos y existenciales de la escuela situaron a sus miembros al margen de las demandas políticas de aquella difícil época, lo que provocó que apenas tuviera continuación en el ambiente poético de la posguerra, que apostó por un cambió completo de orientación.
La primera generación de la posguerra
La primera generación de la posguerra incluye poetas que aparecieron tras la II Guerra Mundial. Se trata de una generación que se hace adulta durante la ocupación alemana y la guerra civil y cuya participación en los hechos políticos de la época conduce a gran número de sus miembros a las cárceles o al exilio en islas desiertas, donde la vida se organizaba como en un campo de concentración. Por este motivo, sus poetas dedican gran parte de su obra a dar testimonio de los sufrimientos vividos y luego experimentan el clima de la frustración que crea la derrota de la izquierda. Desde luego, es característico que muchos de ellos se refieran a la «hermana España», encontrando analogías entre la dictadura franquista y la situación griega de posguerra. Más concretamente, la figura de Lorca y su muerte se convierten en un símbolo antifascista universal y el poeta andaluz aparece frecuentemente en poemas griegos.
Este grupo incluye a autores importante como Minás Dimakis, Kriton Athanasulis, Takis Varvitsiotis, Aris Dikteos, Mijalis Katsarós, Takis Sinópulos, Aris Alexandru, Stavros Vavuris, Titos Patrikios o Dimitris Dúkaris. No obstante, su tono lo dan el lirismo y las sorprendentes imágenes de D. P. Papaditsas (1922-1987), el período metafísico –más que el político– de Tasos Livaditis (1922-1988), la poesía política de Manolis Anagnostakis (1925-2005), el surrealismo oscuro hasta lo terrorífico de Miltos Sachturis (1919-2005) y la poesía explosivamente inspirada aunque de resultados desiguales de Nikos Karuzos (1926-1990). Como consecuencia de la participación de muchos de estos autores en los hechos políticos de la época y de su –desde luego, justificado– deseo de legitimar esa lucha, su poesía hoy no encuentra en el público lector joven la aceptación que tienen otros poetas del mismo periodo que no pusieron su ideal lírico al servicio de la militancia.
La segunda generación de la posguerra y los poetas del 70
Más distanciados, aunque no completamente desvinculados, de los hechos políticos que marcaron a la generación precedente, los poetas que aparecen desde mediados de la década de 1950 y durante toda la década de 1960 manifiestan nuevos intereses estéticos. A esta generación pertenecen los tesalonicenses Dinos Christianópulos y Nikos-Alexis Aslánoglu, la hoy académica Kikí Dimulá, Tasos Porfyris, Zanasis Tzulis, Gerásimos Lykiardópulos, Vyron Leontaris, Orestis Alexakis, el hispanista Kostas E. Tsirópulos, Tasos Korfis, etc. En este periodo resulta más fácil valorar los trabajos poéticos a partir de títulos concretos y no tanto del conjunto de la obra de sus representantes, que manifiesta numerosas irregularidades. En cualquier caso, estos poetas se caracterizan por una escritura liberada de las exaltaciones heroicas del pasado y cuya marcada angustia existencial prepara el terreno para la ruptura con las formas consolidadas de expresión.
Aunque durante algún tiempo se tendió a incluir a los poetas que aparecen tras la Dictadura de los Coroneles (1967-1974) dentro de la segunda generación de la postguerra, hoy se suele considerar la denominada «generación del 70» como un grupo autónomo con características diferenciales. Sus poetas –Y. Kontós, Naná Isaía, A. Fostieris, K. Mavrudís, K. G. Papagueorguíu, Tz. Mastorakis, Y. Varveris, N. Vayenás, Ch. Liontakis, L. Pulios...– se inspiran más en la poesía americana que en la europea y practican una escritura antilírica y antimetafísica, con intensos caracteres prosaicos, que en las siguientes dos décadas conducirá a los escritores a un cierto callejón sin salida expresivo. La poesía deja de transmutar sueños o ideas, que ahora afronta más bien de manera irónica, y se centra en el registro de los sucesos de la vida privada. Un caso destacado es el de Mijalis Ganás, que utiliza de manera novedosa la tradición popular para expresar el cariño que siente por su tierra natal del Epiro y traer a escena recuerdos de infancia de su casa familiar, creando su propio mito poético. Además, Ganás ha conseguido ganarse la aceptación del público lector gracias a los versos que ha escrito para canciones entrañables.
Un callejón sin salida
El poderoso influjo de la generación del 70 –que en buena medida sigue controlando las revistas literarias y el campo editorial– dio lugar a un clima de crisis en los poetas de las dos décadas siguientes, que intentaron a la desesperada y sin mucho éxito salir de una tierra baldía labrándose su propia escritura. Son escasísimas las voces de interés que surgen en ese periodo, los sueños colectivos desaparecen y ocupan su lugar el conformismo, la introversión y el aislamiento. Muchos autores renunciaron, arrastrados por las preocupaciones diarias o porque decidieron dedicarse a la prosa. Entre los que publican en la década de los ochenta destacan el ingenioso Ilías Layos (1958-2005), Ilías Kefalas, Vangelis Kasos, Stratís Paschalis, Zanasis Jatsópulos, y la sensibilidad y la modestia de Yorgos Gotis y Kostas Rizakis. Mención aparte merece la edición de Ramillete (1993), un libro conjunto de tres representantes de la década de los ochenta (Ilías Layos, Dionisio Kapsalis, Yorgos Koropulis) y Mijalis Ganás, que contribuyó a restaurar el uso de la versificación y, concretamente, del soneto. Aunque en este periodo la poesía parece haber perdido buena parte de su prestigio y la mayoría de los jóvenes escritores optan por la prosa, esta interrupción también ha tenido un efecto liberador sobre los poetas que han surgido a finales de la década de los noventa y a principios del siglo XXI. Ha aparecido una generación de autores con un alto nivel formativo, amplios conocimientos de la literatura no sólo anglosajona sino también hispánica o alemana y medios de expresión propios (nuevas revistas y la red), que ha optado por reencontrase con los poetas de los años treinta y la primera generación de posguerra para intentar dar con su propia voz y ensayar nuevas formas de expresión.
Fuente: www.circulobellasartes.com