Todavía con el sabor del café en la boca, me dirijo hacia el embarcadero con la idea de visitar el Burtsi, la fortaleza veneciana situada sobre un islote en plena bahía de Nafplio. Por el camino, no puedo evitar detenerme en los escaparates y contemplar la infinidad de preciosos kombolois y begleris que allí se exhiben. ¡Es una obsesión lo mío con estos objetos! Lo cierto es que en esta ciudad encuentra uno los souvenirs más caros de toda Grecia. Abundan los objetos de artesanía de gran calidad: trabajos en madera, cerámica, vidrio y metal que se pueden adquirir a precios casi prohibitivos. De hecho, me enamoré de una preciosa sirena tallada en madera, pintada y envejecida a mano que, con todo el dolor del mundo, no pude comprar por haberme dejado el presupuesto entero de mi viaje en el Museo del Komboloi. Ni una fotografía de recuerdo me permitió hacerle la vendedora con aspecto de severa institutriz alemana. Ya fuera de la tienda, le guiñé el ojo a mi gorgona, mientras la miraba a través del vidrio del escaparate, y le juré regresar a Nafplio un año de éstos y sacarla para siempre de aquella triste tienda.
Espérame aquí, sirena,
que pronto a por ti regreso
para no sentir la pena
de no poder darte un beso.
que pronto a por ti regreso
para no sentir la pena
de no poder darte un beso.
Tarareando el poemilla (¡lo que hacen un café bien cargado y un par de tragos de uso!) prosigo a paso ligero hacia a el embarcadero. Y al llegar allí, mi gozo en un pozo: el barquero (el único que hay de servicio) duerme plácidamente la siesta en su pequeña nave. Un cartel de cartón torpemente escrito en griego e inglés anuncia que el barco no zarpará hacia el Burtsi "hasta nuevo aviso" (!!!). Sí, señor. This is Greece! Por un instante se me había olvidado que aquí los horarios son meramente orientativos. No puedo esperar a que el señor despierte y perderme mi visita al Palamidi. En fin... ya tengo dos razones para volver a Nafplio: mi sirena y la visita al Burtsi. Esta vez tendré que conformarme con ver la fortaleza (por cierto, antigua residencia del verdugo de la ciudad) desde el puerto y desde las murallas del Palamidi.
Nada más entrar al Palamidi, compruebo que ya se encuentran allí la mitad de los turistas en los que había reparado por la mañana en las calles de Nafplio. Allí está el dibujante canadiense que comió en el mismo restaurante que yo, justo en la mesa de al lado; la pareja de asturianos a los que ayudé a levantar la enorme moto que se les volcó en plena calle Staicopulu, y los ruidosos argentinos que me pidieron que les hiciera una fotografía en plena Platía Sintágmatos. ¡Aquí el que no corre, vuela!
El Palamidi es una enorme fortaleza (veneciana, por supuesto) construida entre los años 1711 y 1714, que debe su nombre a Palamedes. Ciertamente, cuesta creer que este impresionante complejo defensivo cayese en manos otomanas tan sólo un año después de ser inaugurado. Los rebeldes griegos lo ganaron el 30 de noviembre de 1822. Su comandante era Staikos Staicópulos. Claro, ahora comprendo a quién está dedicada la famosa calle Staicopulu...
Me siento en el suelo a contemplar la entrada del fuerte Andreas, tal vez el rincón que más me gusta de toda la fortaleza. Seguramente porque el relieve con el león de San Marcos rompe la austeridad y la rudeza de esta construcción realizada toscamente a base de barro y piedras.
El Palamidi es la construcción defensiva más grande de toda Grecia. La enorme muralla comunica siete fortalezas autosuficientes. Leo en la guía, y compruebo después, que las troneras no apuntan sólo al exterior sino que también se apuntan entre sí, en previsión de que el enemigo consiguiera acceder al interior del recinto.
Siento curiosidad por visitar la mazmorra en la que estuvo recluído el mismísimo Kolokotronis, el artífice de la liberación de Grecia. Tras preguntar a varias personas, consigo encontrarla. es poco más que un agujero sin ninguna clase de ventilación, al que hay que acceder casi arrastrándose por el suelo. Solamente pensar en cómo deben ser allí dentro tan sólo un par de horas en soledad y en medio de la más absoluta oscuridad...
Mejor será huir rápidamente de tan opresivo ambiente y disfrutar de las preciosas vistas de Nafplio y de todo el Golfo de Argos que el Palamidi ofrece. En el interior de la garita, contemplo las escarpadas costas de la Argólida, sin apenas playas, y el mar infinito que se extiende hacia el sur, allá donde quedan Monemvasía, Kízira, Milos, Creta... Vistas y meditaciones que me llenan de serenidad, si no de paz, en el mismo lugar en que jóvenes soldados venecianos, turcos y griegos pasaron largas horas de guardia, observando con pavor la inevitable llegada del enemigo.
Desde la espadaña veneciana, contemplo Nafplio por última vez desde lo alto. Mientras jugueteo con las cuentas de mi begleri, sonrío y planifico estratégicamente mi regreso a la ciudad: llegaré por mar, conquistaré el Burtsi y atacaré Nafplio a golpe de arcabuz, derrochando pólvora, para liberar así a mi hermosa sirenita de madera.
Un día en Nafplio
Música:"Ta kanikia", Mijalis Nicoludis
Música:"Ta kanikia", Mijalis Nicoludis