Los viejos conversan animadamente y en voz alta a la puerta de la taberna. Me acerco a ellos y, tras el kalimera de rigor, pregunto por la iglesia de San Spiridon. Uno de ellos se levanta y me toma por el brazo.
-Venga. Le acompaño.
-Gracias.
-La tiene usted ahí mismo, al otro lado de la plaza. Busca la placa de Capodistrias, ¿verdad?
-Exactamente.
-Mire, ahí está; justo al lado de la puerta.
-¿Aquí mismo lo asesinaron?
-Sí, señor. Fueron los Mavromijalis, Constantinos y Yorguis. Maniates eran.
-¿Maniates?
-De Mani. ¿No ha estado usted allí?
-Pues no...
-Mejor. Están todos locos; siempre lo han estado. ¡Maniates!...
-¿Y por qué lo mataron?
-Una venganza familiar. Venía Capodistrias, que era corfiota, a escuchar misa aquí, en San Spiridon, que es el patrón de Corfú . Y los maniates, acercándose a saludarlo, le dieron muerte. Uno llevaba un cuchillo...
-¡No siga, por favor!
-Bueno, pues entre entonces y vea la iglesia. Es pequeña, pero muy bonita. Pase.
-Gracias.
-La tiene usted ahí mismo, al otro lado de la plaza. Busca la placa de Capodistrias, ¿verdad?
-Exactamente.
-Mire, ahí está; justo al lado de la puerta.
-¿Aquí mismo lo asesinaron?
-Sí, señor. Fueron los Mavromijalis, Constantinos y Yorguis. Maniates eran.
-¿Maniates?
-De Mani. ¿No ha estado usted allí?
-Pues no...
-Mejor. Están todos locos; siempre lo han estado. ¡Maniates!...
-¿Y por qué lo mataron?
-Una venganza familiar. Venía Capodistrias, que era corfiota, a escuchar misa aquí, en San Spiridon, que es el patrón de Corfú . Y los maniates, acercándose a saludarlo, le dieron muerte. Uno llevaba un cuchillo...
-¡No siga, por favor!
-Bueno, pues entre entonces y vea la iglesia. Es pequeña, pero muy bonita. Pase.
El viejo me precede a la entrada de la iglesia. Entra y se persigna a la manera ortodoxa. Yo hago lo mismo pero al modo católico. El hombre se da cuenta y, con rostro extrañado, me pregunta:
-¿Es usted católico?
-Pues, sí...
-¿Es usted católico?
-Pues, sí...
A partir de ese momento, el hombre guarda silencio. Me indica con la mano el precioso Pantocrátor de la cúpula. Ciertamente, la iglesia es una maravilla. Permanezco allí dentro al menos unos quince minutos, siempre bajo la atenta mirada de mi cicerone, a quien me siento obligado a preguntar si puedo hacer unas fotografías. Tras la sesión fotográfica, enciendo una velita y doy por terminada mi visita a San Spiridon.
-Si quiere usted visitar la iglesia católica puede ir por aquí, hacia arriba. Tiene que subir unos cuantos escalones.
-Muchísimas gracias por todo.
-De nada. Páselo usted bien.
Nos despedimos con un apretón de manos y no tardo en ver en la fachada de una vieja casa un indicador que me orienta hacia la iglesia católica. Asciendo por los escalones de la calle Potamianou hasta llegar a la iglesia, que anteriormente fue mezquita otomana (y una mezquita sigue pareciendo desde el exterior).
El interior de la iglesia, en contraposición con San Spiridon, todo es sencillez. Observo sobre el altar varias biblias abiertas, en inglés, francés y alemán. No hay bancos para los fieles sino simples sillas de madera, plegables y pintadas de blanco. Me siento en una de ellas y reparo en que se ha consevado el mihrab musulmán. Por la ventana entra una luz especial, me atrevería a decir que se trata de una iluminación casi divina... Lo cierto es que hacía mucho tiempo que no me sentía invadido por semejante sensación de paz.
La iglesia fue cedida por el rey Oto a la Iglesia Católica, y en ella se honra la memoria de los filohelenos que murieron luchando por la libertad de Grecia, cuyos huesos descansan en el exterior del templo. En la parte interior de la entrada se halla el conocido como "Arco de los Filohelenos" o "Arco de Touret", que fue ofrecido por el filoheleno francés Auguste Hilarion Touret. Construido en madera y con forma de frontón de templo de la época griega clásica, en sus columnas están escritos los nombres de los filohelenos que lucharon por la independencia griega. Entre ellos, el hijo de George Washington.
-Muchísimas gracias por todo.
-De nada. Páselo usted bien.
Nos despedimos con un apretón de manos y no tardo en ver en la fachada de una vieja casa un indicador que me orienta hacia la iglesia católica. Asciendo por los escalones de la calle Potamianou hasta llegar a la iglesia, que anteriormente fue mezquita otomana (y una mezquita sigue pareciendo desde el exterior).
El interior de la iglesia, en contraposición con San Spiridon, todo es sencillez. Observo sobre el altar varias biblias abiertas, en inglés, francés y alemán. No hay bancos para los fieles sino simples sillas de madera, plegables y pintadas de blanco. Me siento en una de ellas y reparo en que se ha consevado el mihrab musulmán. Por la ventana entra una luz especial, me atrevería a decir que se trata de una iluminación casi divina... Lo cierto es que hacía mucho tiempo que no me sentía invadido por semejante sensación de paz.
La iglesia fue cedida por el rey Oto a la Iglesia Católica, y en ella se honra la memoria de los filohelenos que murieron luchando por la libertad de Grecia, cuyos huesos descansan en el exterior del templo. En la parte interior de la entrada se halla el conocido como "Arco de los Filohelenos" o "Arco de Touret", que fue ofrecido por el filoheleno francés Auguste Hilarion Touret. Construido en madera y con forma de frontón de templo de la época griega clásica, en sus columnas están escritos los nombres de los filohelenos que lucharon por la independencia griega. Entre ellos, el hijo de George Washington.
Finalizada mi visita a la iglesia católica de Nafplio, desciendo por los escalones de la calle Potamianou en dirección al corazón de la ciudad: la Plaza Sindágmatos.