Introducción, notas, traducción directa y versiones de César Abraham
Navarrete Vázquez
El pugilato en la antigüedad
Ánfora panatenaica con escena de pygmakía, la “lucha de los puños”.
Aproximadamente del año 336 a. C.
La primera referencia escrita sobre el pugilismo1 —πυγμαχία, pygmakía: lucha de puños— de que se dispone data del siglo ocho antes de Cristo, y se debe al
poema homérico de la Ilíada (XXIII, 651-699), en traducción de Rubén Bonifaz Nuño (UNAM, México, 1996, Tomo II, págs. 209-210), a partir del
verso 683, en que se narra la lucha entre Epeo y Euríalo:
Primero le presentó el cinturón, y enseguida
le donó bien cortadas correas de toro
salvaje.
Y ambos, en ciñéndose, fueron a mitad de la
liza,
y en alzando al frente las
robustas manos a una,
arremetieron, y se les
mezclaron, pesadas, las manos.
Terrible estruendo de quijadas
se hizo, y corría el sudor
doquier de sus miembros; y se
alzó Epeo divino,
y la mejilla, al que en torno
miraba, golpeó, y ya no mucho
se sostuvo, pues se le
rindieron los miembros preclaros.
Como cuando un pez es volteado,
al hincharse el mar bajo el Bóreas,
en la orilla cubierta de algas,
y lo envolvió una gran ola,
así él se volteó al ser tundido. Empero, el magnánimo Epeo
lo alzó, asido en sus manos, y sus compañeros, cercándolo,
lo guiaron, arrastrando él los pies, a través de la liza,
sangre densa escupiendo,
echando a un lado la testa,
y guiándolo desvanecido, lo pusieron entre ellos,
y ellos mismos, en yéndose, la copa doble cuidaron.
Detalle de púgiles. Uno de los adversarios
levanta el dedo en señal de rendición.
La tradición establece que esta práctica se introdujo en el programa de los Juegos Olímpicos en el año 688 a. C. —la primera Olimpiada se sitúa históricamente en el 776, aunque hay elementos que apuntan a un origen
anterior—, siendo Onomastós de Esmirna el campeón inaugural, y a quien se atribuye el reglamento básico: la prohibición de abrazar, rasguñar y morder. Si alguien violaba
dichas reglas, un oficial blandía a la distancia una larga vara bifurcada para fustigar al infractor.
Detalle de ánfora en que, al igual que en
la ilustración anterior,
uno de los combatientes se
rinde al levantar el dedo índice.
Aproximadamente del año 500 a. C.
Al tratarse de un evento sin límite de tiempo establecido, el
pugilato era una actividad extenuante en que los contrincantes terminaban
seriamente lastimados, después de combatir incluso durante un día entero. El resultado dependía de la rendición —levantando el dedo índice— o la pérdida de sentido
—cuando no la
muerte— de uno de los contendientes. Indica un proverbio griego que “una victoria [de pugilato] sólo se logra con sangre”, y así lo constata el poeta Alceo (Antología Palatina, IX, 588) cuando habla sobre Clitómaco de Tebas y sus “guantes ensangrentados”.
Esta práctica, al igual que el
pancracio, sucedía sobre una σκάμμα, skámma, superficie de tierra batida
cuya dimensión determinaban los jueces.
Fresco de los Niños púgiles,
originalmente ubicado en el sector B
de la casa Xeste 3 de Akrotiri, Santorini.
Museo Arqueológico Nacional de Atenas.
Los ἱμάντες, hymántes, correas de cuero curtido de cuatro metros de longitud, fungían como precursor de los
guantes. Cada púgil decidía su uso: unos se envolvían las manos, otros los
nudillos, e incluso algunos más peleaban sólo con una mano enrollada tal como muestra el fresco de los Niños boxeadores, hallado en Santorini.
Los adversarios combatían desnudos. Se untaban con aceite antes de esparcir una delgada capa
de arena sobre el cuerpo.
Detalle de escultura donde se muestra el antecedente del guante de
boxeo.
En el siglo IV a. C. los griegos desarrollaron unos guantes con mayor
dureza exterior, acolchonados internamente, que llamaron sphaírai o epísphairai (de σφαῖρα, esfera,
pelota), inicialmente empleados para entrenar, y después incorporados al combate. El entrenamiento
consistía en golpear κώρυκος, kórykos, sacos llenos de tierra,
harina o mijo.
Caestus, modelo antiguo de guante,
con incrustaciones de metal.
En la época romana, los pugilistas, ya ataviados con calzoncillos, se
enrollaban tiras de piel en las manos, a las que se denominaba caestūs. Con el propósito de infligir mayor daño, posteriormente se le
agregaron piezas de metal, recibiendo así el nombre de hormigas (del
griego μύρμηξ, mýrmex), debido a las dolorosas
picaduras que causaban —además de la AP (XI, 78), la estatua de El púgil en reposo, descubierta en las termas romanas de Constantino, evidencian sus
efectos devastadores.
Detalle de la escena pugilística del libro V de La Eneida virgiliana,
en que el viejo peleador
siciliano Entelo derrota al joven troyano Dares.
Mosaico de una villa
galorromana. Villelaure, Francia.
Aproximadamente del 175 d. C.
El Mantuano (V, 400-420), traducido por Espinosa Pólit (Obra citada, págs. 391-392), trata sobre la
constitución y el uso de los “cestos”:
Dice y lanza
a media arena dos enormes
cestos,
los que armaban las manos
ponderosas
de Érix en las peleas, y sus brazos
dentro del duro cuero retenían.
Mudos quedan de espanto ante
esas masas:
la piel de un buey enorme cada
una
hecha siete dobleces,
reforzados
con plomo y hierro. Más que todos Dares
aturdido protesta la pelea
sin quererse acercar. También levanta
el noble hijo de Anquises el
disforme
correaje de los cestos sopesándolo;
mientras el rudo anciano le decía:
“¡Ah! lo que era de ver eran los
cestos
con que Hércules se armaba, y la tremenda
mortal pelea en esta misma
playa.
Érix, tu hermano, éstos usó —vestigios
guardan de sangre y sesos
destrozados—;
con éstos hizo frente al gran Alcides;
con éstos luché yo, mientras mis fuerzas
sangre mejor alimentó, y escarcha
no me vertía aún sobre las sienes
la envidiosa vejez. Mas si rehúsa
mis armas el Troyano, y
compasivo
así lo aprueba Eneas y lo admite
Acestes, responsable de esta pugna,
igualemos la lid: yo te perdono
—deja ese miedo ya— los cestos de Érix,
mas tú depón los que de Troya exhibes”.
El historiador Dión Crisóstomo, en sus Discursos 28 y 29, elogió al peleador
Melankómas, amante del emperador Tito, según Temistio.
Los epigramas pugilísticos de la Antología Palatina
Púgil en reposo, de las Termas o del Quirinal.
Museo Nacional Romano.
Como otros epigramas de atletas que figuran en el Libro XI de la Antología Palatina, los textos
lucilianos sobre pugilistas —que se complementan con los de otros autores: Teeteto (VIII, 48),
Alceo (IX, 588), Anónimo (XII, 123), Faleco (XIII, 5)...— van del 75 al 812 y son parodias de las fórmulas e inscripciones agonísticas —es decir, aquellas consagradas
a los certámenes, luchas y juegos públicos—, en que se exaltaban las
cualidades de los vencedores.
Detalle de las manos de El púgil, cubiertas
por ἱμάντες, hymántes, correas de cuero.
Las asociaciones atléticas solían erigir estatuas —el geógrafo e historiador Pausanias
atestigua las dispuestas para los competidores en el apartado VI de su Descripción de Grecia. Los epitafios ficticios centran su atención en los fracasos y las pérdidas, no en los triunfos.
Lucilio
Detalle de la cara de El pugilista.
Algunas hipótesis identifican al autor satírico con el destinatario de las
Epístolas de Lucio Anneo Séneca, y otras con el gramático Lucilo de Tarra. Empero, la única información —escasa, por demás— es la que se sustrae de su
propia obra.
Se infiere que
vivió en la época de Nerón —siglo I d. C.—, y que era uno de los muchos graeculī
—término peyorativo, acuñado por el orador Marco Tulio Cicerón, para los griegos que
buscaban dinero y protección de las clases pudientes romanas, ofreciendo sus servicios como
instructores de poesía y filosofía— a los que favoreció el emperador.
Lucilio proyectó el género epigramático, de corte satírico-burlesco, en lengua griega, convirtiéndose en el antecesor del poeta
que lo consolidaría: el hispanorromano Marco Valerio Marcial, creador de 1, 500
epigramas —en comparación con los 150 que se conservan del primero.
Si bien el escritor exagera los rasgos de los personajes y las
acciones, basta reparar en los detalles para extraer los elementos cotidianos
de la conflictiva sociedad de su tiempo.
Sobre la traducción
Ilustración de púgiles y cestos.
Comencé por traducir textualmente los epigramas que presento a continuación.
Como lo manifesté en otro lugar, siempre prepondero la literalidad sobre la
reinterpretación; sin embargo, a medida de que avanzaba en este ejercicio, me percaté de que, dado el carácter tanto de la obra como del autor, así por los juegos de palabras de los que tanto gusta, una traducción libre sería más apropiada, ya que me permitiría prescindir de algunas partículas indispensables en el
original, mas no en nuestra lengua.
De este modo, trabajé las traducciones directas y, una vez terminadas, me aboqué a conformar las versiones que se leerán. Esta licencia me permitió tener mayor fluidez en español, además de que, siguiendo el ejemplo de Lucilio, me valí de la jerga pugilística para infundir verosimilitud y actualidad.
Intenté, en la medida de mis
posibilidades, usar términos que comprendiera cualquier hispanohablante —cuando lo consideré oportuno, realicé algún guiño a este deporte
en mi país. También decidí respetar aquellos como “púgil” y sus derivaciones —que a las personas de este tiempo les resultan familiares si las
entienden como metáforas— porque se relacionan con un período concreto.
En cuanto a las notas al pie, las hay de dos tipos: las primeras
explicitan el contexto del epigrama; en tanto que las segundas puntualizan mis
decisiones.
El texto original proviene de The Greek Anthology. with an
English Translation by. W. R. Paton. London. William
Heinemann Ltd. 1926. 4.
1 En el Libro V de La Eneida, Publio Virgilio Marón recrea el preámbulo y el combate entre Entelo
y Dares —versión del padre jesuita ecuatoriano
Aurelio Espinosa Pólit: Virgilio en verso castellano, Editorial Jus, México, 1961, págs. 389-396. Seleccioné algunos fragmentos: 375-379; 421-463; 468-471:
Tal era el Dares que se yergue
ahora
para iniciar la lucha, frente
enhiesta,
hombros enormes, poderosos
brazos
que él va lanzando en ademán alterno
probando contra el aire el
recio golpe.
Se le busca un rival; mas no se
encuentra
en tanta multitud quien se
aventure
los cestos a ceñir y hacerle frente.
[...]
Dice, y el doble manto de sus
hombros
brusco sacude, y a la vista
deja
musculatura enorme, enormes
huesos,
fornidos brazos, y se yergue
ingente
en media arena. El vástago de Anquises
cestos del mismo peso les
presenta
y a entrambos luchadores deja
iguales.
Uno y otro de súbito se empinan
sobre la punta de los pies, e
impávidos
alzan al cielo los armados puños.
Contra golpes directos las
cabezas
echan atrás cuanto más pueden; trábanse
las manos en la lucha que se
aviva.
Muévese el uno rápido, fiando
de su arriscada juventud; le
puede
el otro por sus miembros y su
mole,
aunque lentas le tiemblen las
rodillas
y el huelgo es poco para tanto
cuerpo.
Cien y cien tiros sin herir se
asestan,
cien y cien veces a golpearse
alcanzan
en los huecos ijares, y
retumban
los anchurosos pechos.
Impacientes
en torno de la sien y las
orejas
corren las manos, y al rebote
crujen
del puño las mandíbulas heridas.
Inconmovible Entelo ni un
instante
trueca su firme posición; los tiros
con leve esguince evita,
alertas siempre
los ojos avizores. Mas al modo
de un caudillo del campo que
una villa
con minas bate, o que asentado
en armas
acecha los castillos de la
sierra,
Dares de un lado y otro
entradas busca,
rodeando mira en torno el campo
todo
y arremetidas vanas multiplica.
Entelo de repente alza la
diestra,
yérguese amenazante. El otro advierte
veloz el golpe que de arriba
amaga:
un quite rapidísimo, y se libra.
Vierte en el viento su pujanza
toda
Entelo, y de su mole al propio
impulso
en tierra se desploma
ponderoso,
como en el Ida o Erimanto un
pino
de hueco tronco que el turbión descuaja.
Todos se agolpan, Sicilianos, Teucros,
y entre el inquieto vocerío Acestes
es el primero que doliente
acude
a levantar del suelo al viejo
amigo.
Mas su caída al héroe ni le espanta
ni le detiene un punto. A la
pelea
con bríos vuelve que le da su furia:
la vergüenza le aguija, el sentimiento
de su propio valer; y
enardecido
hace correr a Dares y le aturde
y le acosa por toda la llanura.
Golpes uno tras otro con la
diestra,
golpes con la siniestra sin
reposo:
granizada en los techos
crepitante
parece el aporreo con el que el
héroe
a dos manos contunde y
acribilla
a toda prisa a Dares.
Mas entonces,
no sufriendo ya Eneas que se
ensañe
Entelo por más tiempo, ni que cebe
así su agrio rencor, fin a la lucha
manda poner, y mientras saca vivo
de la palestra a Dares sin
aliento,
[...]
En tanto a Dares
a las naves los suyos acompañan:
arrastra a duras penas las
rodillas,
de un lado y otro la cabeza
abate,
y dientes con la sangre va
escupiendo
que mana espesa de la herida
boca.
2 N. del T. El único que no traduje del grupo
fue el 78, dedicado a Apolófanes, por considerarlo hermético y que requería de más notas explicativas que
superarían en extensión al poema mismo.
Epigramas pugilísticos de
Lucilio
75.
οὗτος ὁ νῦν τοιοῦτος Ὀλυμπικὸς εἶχε, Σεβαστέ,
ῥῖνα, γένειον, ὀφρῦν, ὠτάρια, βλέφαρα:
εἶτ᾽ ἀπογραψάμενος πύκτης ἀπολώλεκε πάντα,
ὥστ᾽ ἐκ τῶν πατρικῶν μηδὲ λαβεῖν τὸ μέρος:
εἰκόνιον γὰρ ἀδελφὸς ἔχων προενήνοχεν αὐτοῦ,
καὶ κέκριτ᾽ ἀλλότριος, μηδὲν ὅμοιον ἔχων.
75.
[A Olímpico]
Éste que ahora ves como Olímpico, Augusto,
tenía nariz, mentón, cejas,
orejitas, párpados:
después se inscribió en el pugilato, y lo perdió todo,
de modo que no pudo hacerse de su parte de herencia.
Así pues, su hermano presentó un retrato suyo como prueba,
y los jueces fallaron que era un extraño que ni siquiera se parecía.
El nombre del personaje del
epigrama evoca burlescamente a los juegos que se celebraban en Olimpia.
Lucilio presenta a su
protector, el emperador Nerón, como participante de esta competencia. El historiador Suetonio, en Los
Doce césares (Nerón, XXXIX), destaca la
benevolencia que el genocida tuvo para con aquellos que lo atacaron mediante
epigramas en griego y en latín; a diferencia, por ejemplo, de Cayo César (Calígula, XXVII), quien mandó a quemar en el anfiteatro a un autor que escribió un verso equívoco.
El adjetivo griego σεβαστιάς, sebastiás, equivalía al latín “Augusto”. Una traducción aproximada del término es “honrado” o “venerado”.
En el verso final agregué “jueces”, y opté por “fallar” en vez de “resolver”, en el contexto jurídico en que se da el epigrama.
76.
ῥύγχος ἔχων τοιοῦτον, Ὀλυμπικέ, μήτ᾽
ἐπὶ κρήνην
ἔλθῃς, μήτ᾽
ἐνόρα πρός τι διαυγὲς ὕδωρ.
καὶ σὺ γάρ, ὡς
Νάρκισσος, ἰδὼν
τὸ πρόσωπον ἐναργές,
τεθνήξῃ, μισῶν
σαυτὸν ἕως θανάτου,
76.
[A Olímpico]
Con semejante hocico, Olímpico, no te puedes dirigir
hacia la fuente, ni allegarte cerca del agua diáfana.
También tú, sin duda, como Narciso, al
ver tu rostro real,
sucumbirás, odiándote a ti mismo hasta la muerte.
Narciso, hijo de la ninfa Liríope de Tespia, era un mancebo
hermoso que rechazó a Eco, maldecida por Hera. Némesis lo castigó, haciendo que se enamorara de
su propia imagen reflejada en el agua. En el lugar donde Narciso se ahogó, creció una hermosa flor. En las Metamorfosis de Ovidio (III, 339-510) puede consultarse esta versión.
El verbo en griego significa “morir, caer en el combate”. Así, opté por “sucumbir”.
77.
εἰκοσέτους σωθέντος Ὀδυσσέος εἰς τὰ πατρῷα
ἔγνω τὴν μορφὴν Ἄργος ἰδὼν ὁ κύων:
ἀλλὰ σὺ πυκτεύσας, Στρατοφῶν, ἐπὶ τέσσαρας ὥρας,
οὐ κυσὶν ἄγνωστος, τῇ
δὲ πόλει γέγονας.
ἢν ἐθέλῃς τὸ πρόσωπον ἰδεῖν ἐς ἔσοπτρον ἑαυτοῦ,
‘οὐκ εἰμὶ Στρατοφῶν’, αὐτὸς ἐρεῖς ὀμόσας.
77.
[A Estratofonte]
Cuando Odiseo regresó a salvo a su
patria
después de veinte años, su perro, Argos,
lo reconoció al ver su aspecto.
Pero tú, Estratofonte, después de pelear
cuatro horas, no te volviste irreconocible
para los perros, aunque sí para las personas.
Si quisieras mirar tu propio rostro en el espejo,
tú mismo dirías: “Juro que no soy Estratofonte.”
Odiseo pasó veinte años lejos de Ítaca: diez durante la Guerra de
Troya, y otros diez tratando de regresar a su patria. El pasaje al que alude el
epigrama se localiza en la Odisea (Canto XVII, 290-327), en que
el viejo perro de Odiseo, Argos, tumbado en el estiércol y lleno de pulgas,
reconoce a su amo bajo el disfraz de mendigo, antes de mover la cola y perecer.
En el texto original hay un
juego de palabras, basado en el cambio de espíritu entre el “período natural de tiempo” (ὥρας) y “cuidado” que, evidentemente, se pierde al traducirlo al español.
El verbo griego significa “pelear a puñetazos”. Sobreentendí los “puñetazos” y opté por “pelear” solamente, como el malogrado Estratofonte.
Preferí “personas” a “ciudad”.
79.
πύκτης ὢν κατέλυσε Κλεόμβροτος: εἶτα γαμήσας
ἔνδον ἔχει πληγῶν Ἴσθμια καὶ Νέμεα,
γραῦν μαχίμην, τύπτουσαν
Ὀλύμπια, καὶ
τὰ παρ᾽ αὐτῷ
μᾶλλον ἰδεῖν φρίσσων ἤ ποτε τὸ στάδιον.
ἂν γὰρ ἀναπνεύσῃ, δέρεται
τὰς παντὸς ἀγῶνος
πληγάς, ὡς
ἀποδῷ: κἂν ἀποδῷ, δέρεται.
79.
[A Cleómbroto]
El púgil Cleómbroto se retiró. Pero, después de casarse,
recibe en su hogar los golpes de Istmia y Nemea
de una vieja combativa que pega como en Olimpia;
y al sentir lo que soporta junto a sí, se estremece más
de lo que lo hizo alguna vez en el estadio.
Si descansa, lo despelleja a golpes para que pelee,
y si rehúye el combate cuerpo a cuerpo,
lo desuella.
Cleómbroto significa “la gloria de los mortales”, y remite a un personaje histórico: Cleómbroto I, rey de Esparta de 380
a 371 a. C., tristemente recordado por la derrota que sufrió el último año de su vida ante los tebanos —los superaba por 3, 000
soldados— en Leuctra, lo que supuso el
surgimiento de Tebas.
Alusión a los Juegos Panhelénicos de la antigua Grecia: El autor se refiere
a ellos a partir de sus nombres poéticos. Éstos eran: Olímpicos, juegos deportivos
celebrados en Olimpia; Píticos, juegos poéticos, celebrados en Delfos; Nemeos, competencia de jinetes celebrada
en Argos; e Ístmicos, celebrados en Corinto.
Como lo mencioné al principio, traté de dotar a la versión con un lenguaje boxístico, manteniendo los sentidos
doméstico y sexual que privan en el
original. El hallazgo en la traducción del verbo “pelear” que, al conjugarse fonéticamente, se semeja a “pelar”, evidencia mi intención. En el verso final agregué “cuerpo a cuerpo”, que recuerda la frase “la lucha de cuerpo a cuerpo, y cara a cara” del Doctor Alfonso Morales, uno de los
cronistas mexicanos más experimentados en la materia.
80.
οἱ συναγωνισταὶ τὸν πυγμάχον ἐνθάδ᾽ ἔθηκαν
Ἆπιν οὐδένα γὰρ πώποτ᾽ ἐτραυμάτισεν.
80.
[Al pugilista Apis]
Los compañeros de batalla erigimos aquí una estatua al púgil
Apis, pues nunca golpeó a nadie en modo alguno.
Apis, el toro sagrado, era un
dios solar de la fertilidad, posteriormente asimilado con la Muerte. De acuerdo
con el historiador Suetonio se experimentó una simpatía por lo egipcio durante el
reinado de Nerón (54-68 d. C). Marcial en los Epigramas y Juvenal en las Sátiras confirman tal aseveración.
A pesar de la brevedad, este
epigrama es pródigo en burlas. Simplemente lo es, el hecho de que sus rivales le
dediquen una estatua a un boxeador que jamás lastimó a nadie.
81.
πᾶσαν ὅσαν Ἔλληνες ἀγονοθετοῦσιν ἅμιλλαν
πυγμῆς Ἀνδρόλεως πᾶσαν ἀγωνισάμαν.
Ἔσχον δ᾿ ἐν Πίσῃ μὲν ἓν ὠτίον, ἐν δὲ Πλαταιαῖς
ἓν βλέφαρον· Πυθοῖ δ᾿ ἄπνοος ἐκφέρομαι·
Δαμοτέλης δ᾿ ὁ πατὴρ καρύσσετο σὺν πολιήταις
ἆραι μ᾿ ἐκ σταδίων ἢ νεκρὸν ἢ κολοβόν.
81.
[A Androleo]
En todos los Juegos que los griegos organizaron
con pruebas pugilísticas, yo, Androleo, contendí:
En Pisa gané una orejita, en
Platea perdí un párpado;
en Pitón se me levantó exánime. Mi padre, Damóteles,
y mis conciudadanos, anunciaron que siempre
salí del estadio en hombros: muerto
o maltrecho.
El pugilato formaba parte del
programa de los antiguos Juegos Olímpicos junto a las carreras, el pentatlón, la lucha libre, el pancracio
y los ecuestres.
La traducción textual de este verbo es “tener”. Aunque pude traducir “obtener” como símbolo de victoria, me decidí por “ganar”, y agregar, por contraste en
el siguiente enunciado, “perder”.
“Sacar” sería la traducción literal, aunque otra de sus
acepciones es “llevar a enterrar”. Yo preferí “levantar”.
La literalidad señala “sacar fuera del estadio”. Pero quise resaltar el carácter irónico del epigrama, y traduje “salir del estadio en hombros”.
Opté por “maltrecho”: maltratado, malparado, de
acuerdo con la definición del DRAE, aunque el término más directo fuera “mutilado”.