Paula Corroto. Gijón
En 2010, el escritor griego
Petros Márkaris (1937) confesaba sentirse muy enfadado con la situación que
atravesaba su país. Aquel sentimiento le llevó a comenzar su trilogía sobre la
crisis, compuesta por los libros Con el agua al cuello, Liquidación final y
Pan, educación y libertad. A esta indagación en la actualidad griega se sumó el
compendio de artículos titulado La espada de Damocles, en los que mostraba su
crítica hacia las políticas de austeridad que habían destrozado al país y las
mentiras de la clase política.
Tres años después, Márkaris,
que ha regresado a la Semana Negra de Gijón, reconoce que del enfado ha pasado
al desánimo y la desilusión. Sus propuestas, que comenta en esta entrevista
mientras fuma de su sempiterna pipa, consisten ahora en la necesidad de cambiar
el discurso hacia planteamientos más positivos y alejados de la queja, y en la
idea de ejercer una presión continua sobre los políticos. Es la única fórmula,
según él, de evitar reacciones “preocupantes” como la aparición de partidos
neonazis como Amanecer Dorado y de calmar el odio creciente en Europa. “La
fractura entre los países es una opción. De hecho, ya hay una ruptura entre el
norte y el sur”, alerta.
Usted
dice estar desilusionado. ¿La sensación entre los griegos es la misma?
Sí. Están desanimados,
desilusionados y sin esperanza.
¿Qué
se ha hecho mal en Grecia en estos últimos años para llegar a esta situación?
Lo primero es que se siguen
mirando las cifras, pero no a las personas y, sin embargo, quienes sufren son
las personas. Son ellas las que están reaccionando y tengo miedo de estas
reacciones. Lo segundo es que siempre se ha mentido a la gente, de tal manera
que se le ha metido en una crisis para la cual no estaban ni avisados ni
preparados, y se utilizó la mentira desde el principio diciendo que no pasaba
nada. Esto fue lo que destruyó la resistencia.
Dice
que tiene miedo de las reacciones de la gente. ¿Cuáles pueden ser?
Una reacción es el partido
nazi, Amanecer Dorado, que en estos momentos es la tercera fuerza política en
Grecia. Es una reacción porque no todo el mundo que vota por ellos son
neonazis. Y ojo, porque en el sur siempre se tiene la tendencia a reaccionar
fuera del sistema. Es lo mismo que ha sucedido en Italia con Beppe Grillo. Es
una reacción enfermiza, pero simplemente eso.
¿Reacciones
potenciadas por la política que ha impuesto Alemania?
Por supuesto. Es una
situación en la que la política solo piensa en la economía y nada más. Desde
hace cuatro años solo hablan los economistas. ¿Y dónde están los políticos? En
cualquier caso, es lo mismo porque cuando hablan solo lo hacen de economía. ¿Dónde
están los intelectuales y artista que tienen la obligación de hablar a la gente
y hacer que la gente entienda? Este es uno de los grandes problemas.
¿Usted
habla con intelectuales griegos? ¿A qué conclusiones llegan?
Sí, hablo con ellos, pero la
reacción siempre es la misma: no tenemos medios para poder hablar. Por una
parte tienen razón, porque los medios siempre se orientaron hacia la realidad
económica. Yo tengo la posibilidad de hablar, pero eso no se puede generalizar
a todos.
Los
resultados de las últimas elecciones en Grecia mostraron una fuerte desafección
política. ¿A qué nos puede llevar? Cuando en otras épocas ha surgido esta
desafección han surgido grandes problemas en Europa.
La clase política griega ha
perdido cualquier posibilidad de convencer a la gente. Digan lo que digan, la
reacción de la gente siempre es la misma: los políticos mienten. Pero
necesitamos una clase política porque sin ella no podemos salir de la crisis.
Es un recurso fácil decir que no necesitamos a los políticos y además no es
cierto. La única forma que tenemos no es ignorarlos en absoluto, sino hacer
presión sobre ellos.
¿Estamos
en Europa como en los años treinta?
Tenemos aspectos comunes,
pero no creo que puedan ser identificables. Hay una realidad similar en el
sistema económico, pero no sucede lo mismo con la política. La crisis de los
años treinta era muy grave, pero hubo fuerzas políticas que la combatieron.
Actualmente uno de los grandes problemas en Europa es la desaparición de la
izquierda. En todos los países de Europa, en Grecia, Italia, España, se ha
producido esta situación. Por su culpa,
la izquierda ha perdido su capacidad de hacer una presión sobre la clase
política. Esto, sin embargo, no sucedió en los años treinta.
¿Por
qué ha desaparecido la izquierda? ¿Cuál ha sido el error?
El gran error fue en que se
convirtió en un partido del sistema. Piensa como el sistema. Y señalar algunas
diferencias en su política no significa que pueda ejercer una presión sobre el
sistema. En España ha ocurrido lo mismo. Si ustedes tienen una fuerza de
izquierdas que ha formado parte del Gobierno, poca presión puede hacer sobre el
Gobierno. La izquierda siempre fue una fuerza que trabajaba por un programa y
que ejercía presión para conseguir ese programa, pero ahora esa presión no
existe.
¿La
solución para la izquierda son partidos como Syriza?
No, porque Syriza dice cada
día una cosa distinta y lo que quiere en realidad es hacerse cargo del
Gobierno. Mi pregunta es ¿para qué?, ya que no tienen ningún programa que permita al país salir de la crisis.
Entonces,
¿usted qué propone para la izquierda?
Esa es una buena pregunta,
pero los escritores tenemos una ventaja: planteamos preguntas sin necesidad de
tener respuestas. En cualquier caso, la respuesta sería la lucha de la clase
política, pero es que ellos tampoco saben muy bien por dónde tienen que ir. Y
por eso ahora nos encontramos en un impasse.
¿Este
'impasse' nos puede llevar a una fractura en Europa?
Sí. Es algo que me da miedo,
pero es una opción. De hecho, ya hay una ruptura entre el norte y el sur.
¿Causada
por el norte?
Causada por una política
falsa que está dirigida y diseñada por los países del norte y del centro.
Cuando yo hablo de las diferencias culturales entre norte y sur, además de la
economía, señalo también que hay una mentalidad que nos separa. Por lo tanto,
plantear medidas que no incorporan esas diferencias y esas peculiaridades
culturales no pueden funcionar. El sur siempre tiene periodos de crisis contra
el sistema. No quiero entrar en si es una situación correcta o no, pero esa es
la realidad. Así que, o se tiene en cuenta esta diversidad de los países del
sur o las políticas no van a funcionar. El gran error de todo esto fue el hecho
de identificar Europa con el euro, pero Europa no es el euro. Ahora bien,
seamos sinceros. Todos aplaudimos el euro cuando llegó. Yo también. Ahora vemos
que no era la solución correcta para Europa, pero en estos momentos ya es muy
tarde para dar marcha atrás. Suelo poner como ejemplo el laberinto: antes de
entrar en el laberinto podemos elegir qué camino tomar, pero una vez dentro no
podemos volver atrás y salirnos. Ahora estamos dentro del laberinto y sólo
podemos luchar para encontrar la salida.
Es
decir, usted no cree que la solución sea volver a las monedas nacionales como
el dracma en Grecia.
La historia de la tercera
novela de la trilogía comienza el uno de enero de 2014, día en el que Grecia,
Portugal y España vuelven a sus monedas nacionales. Es un planteamiento de
trabajo: qué pasaría si esto sucediera. Y la cosa no va bien. No, no es la
solución.
Grecia
fue rescatada por Europa, y en otros países como España, los bancos tuvieron
que ser recapitalizados. Hoy mucha gente critica esta solución. ¿Usted está de
acuerdo?
Es que es muy paradójico
porque ¡fueron los bancos quienes destruyeron el sistema! Es todo muy
contradictorio porque ahora tenemos una coalición en Grecia con un partido de
centroderecha y un partido de centroizquierda coaligados para salvar el país
cuando fueron precisamente ellos quienes hundieron el país. Por tanto, tratar
de convencer a la gente de que los que destruyeron al país van a ser los que
puedan salvar al país es absurdo. Y lo mismo sucede con los bancos. Se han recapitalizado
para salvar el país, cuando fueron ellos los que lo destruyeron. Lo peor de
todo esto es que nadie tiene la más mínima idea de cómo resolver la situación.
Y
hay muchos ciudadanos que piensan en sus depósitos y en que estos queden a
salvo.
Sí, la gente dice que si se
deja caer a los bancos y los políticos vamos a tener más problemas. Y es
verdad, pero lo que también está claro es que ni los bancos ni la clase
política están ofreciendo soluciones. Por tanto, lo único que estamos haciendo
es ir a lo menos malo. Eso es el impasse del que hablaba antes.
Muchos
expertos señalan que la política de la austeridad mata; no obstante, se
mantiene. ¿Por qué cree que es así?
Es evidente que la
austeridad no funciona. Nosotros tenemos el 25% de paro y esto es una clara
señal de que no funciona. Por tanto, quienes dicen que la austeridad funciona
no son los países que la sufren.
Pero
en España también tenemos esas cifras de paro y se insiste en el recorte
masivo, principalmente en políticas sociales.
Porque es una política
dictada por países como Alemania que, de momento, no están viviendo la crisis
tan intensamente como España o Grecia. Y porque los alemanes, suecos,
finlandeses, etc, piensan que lo que es bueno para ellos tiene que ser bueno
para todo el mundo, y no, esto no funciona así.
¿Podría
haber una unión de los países del sur para plantar cara a esta política de
austeridad?
Podría ser, pero tenemos
miedo, porque si lo hacemos los del centro y el norte van a pensar que eso va a
suponer una guerra contra ellos. Yo a los griegos les digo siempre que la única
solución para luchar contra la pobreza es aceptar la pobreza. Sin embargo, en
Grecia esto todavía no se tiene asumido y el único discurso que se dice es “no
somos pobres, es que nos han robado el dinero”. Hay que cambiar el discurso,
aunque es muy difícil.
Más
cuando se dan golpes contra la información como el cierre de la televisión
pública griega. ¿Qué le pareció aquello?
La mayor estupidez. Es
curioso porque desde antes se fue atacando a la televisión pública diciendo que
allí no se trabaja, que está lleno de corruptos. Pero es que no vale para nada
este cierre, porque esto no significa que haya un programa ni un planteamiento,
sino que simplemente se hizo para que la troika vea que despedimos a 2.600
personas. Esa era el único objetivo.
Pero
también fue un golpe para la democracia griega.
¡Por supuesto! Lo que
pensaron es que como la gente no tiene gran interés por los medios de
comunicación pública, los cerramos y aquí no pasa nada. Sin embargo, la
reacción de la gente fue muy fuerte. En cualquier caso, es tan absurdo que un
día dicen, vamos a echar a la calle a 2.600 trabajadores públicos y al día
siguiente tienen que decir, vamos a recontratar a 2.000. Ionesco tuvo mucha
suerte de vivir en el tiempo que vivió, porque pretender hoy escribir sobre el
absurdo cuando estamos viviendo una situación completamente absurda, no tendría
ningún éxito.
Y
en esta situación, ¿qué aconseja usted que podemos hacer la gente? ¿Nos
manifestamos, dejamos de pagar, dejamos de votar?
La gente puede protestar,
salir a la calle, y tiene que hacerlo. Pero lo más importante es encontrar la
fuerza para resistir a todos los niveles. Las manifestaciones son una forma de
resistencia, pero no es la única. En cuanto a lo de votar, hay que hacerlo,
porque si no se hace es cuando surgen los partidos extremistas, sobre todo de
la derecha, como estamos viendo.
¿Cuáles
son las otras formas de resistencia?
Ejercer presión por todos
los medios que sea a la clase política. Hay que comprometerse y el compromiso
es fundamental en esta situación. Cualquier presión que se haga sobre la clase
política va a repercutir en todos los otros ámbitos.
Sin
embargo, en Grecia hemos visto personas que se han se han suicidado, y no ha
pasado nada. Eso provoca una sensación de impotencia entre los ciudadanos.
El problema es que todas
estas expresiones se fueron agotando. La gente no se puede manifestar todos los
días, por lo que hay que buscar las formas de resistencia y de presión que se
puedan ejercer todos los días. Y tampoco podemos decir todo el tiempo las cosas
en negativo y señalar a los políticos diciendo que mienten. Es cierto que hay
una minoría de jóvenes en Grecia que están empezando ahora a comprometerse y a
plantear esta resistencia. Todavía no se ven, pero pronto se va a saber que hay
gente que está luchando. Mucha gente que va a los barrios pobres para ayudar a
los niños en sus estudios, que compra comida para repartírsela a los parados.
¿Es
un movimiento civil que acaba de alguna manera con los planteamientos
ideológicos?
En efecto, es un movimiento
que todavía no tiene ideología. Es demasiado pronto para eso. Lo que no podemos
pretender es que la resistencia y la ideología, en este caso, se desarrollen al
mismo tiempo. Son movimientos que están resistiendo, pero aún no tienen
ideología. Ya la tendrán. Cuando yo hablo con los jóvenes les digo que proceden
de una generación que fue pobre, pero la diferencia con la época actual es que
cuando yo era joven había organizaciones que planteaban cómo se podía actuar en
esa situación, mientras que ahora no existen estas organizaciones, no hay quien
diga cuáles pueden ser las vías y las pautas. En aquellos momentos eran los
partidos de izquierdas los que decían “hay que ir a los barrios para hablar con
la gente de los bares”. Ahora no se está haciendo eso.
¿Va
a escribir sobre esto después de esta trilogía o se encuentra ya cansado?
Estoy escribiendo un epílogo
de la trilogía, pero después termino con esto. Es agotador estar durante cuatro
novelas hablando de la pobreza y de la gente que está sufriendo. Es muy
duro.
7/7/2013