La guerra parece eternizarse... Diez años hace ya que los aqueos han abandonado su patria y Troya sigue invencible. Ulises reflexiona. "Allí donde la lucha ha fracasado, la astucia debe triunfar", se dice. "Hay que conseguir entrar en esta ciudadela inexpugnable atacándola por sorpresa o si no, renunciar para siempre".
Una mañana los soldados griegos sorprenden a Ulises dibujando en la arena un inmenso caballo. A su lado un artesano escucha atentamente sus explicaciones. Ese mismo día los bosques de abetos del monte Ida tiemblan bajo los golpes del hacha. Unos días más tarde, un inmenso caballo de madera se alza en el campo de los griegos. Ulises, intencionadamente, hace correr el rumor por Troya de que ese caballo es una ofrenda para Atenea, con el fin de que ésta conceda pronto una victoria a sus aliados...
Algunos días después, los centinelas de Troya no dan crédito a sus ojos. ¡Han desaparecido las velas blancas de la flota! ¡En las silenciosas playas y en los desiertos campos enemigos no queda nada más que el inmenso caballo!
La noticia se extiende como un reguero de pólvora por la ciudad... Se abren las grandes puertas, se tiene prisa, se atropellan. Dentro de la natural alegría, se pisotean los lugares donde todavía la víspera se luchaba con rabia...
Pero, ¿qué hacer ahora con este caballo una vez los griegos han huido?
-Llevémoslo a la ciudad -dice uno-.
-Mejor destruyámoslo -le contesta otro-.
-¿No ofenderíamos a Atenea? -sugiere un tercero-.
-Unamos nuestras fuerzas para llevar el caballo hasta nuestra fortaleza...
-¡No podrá entrar por las puertas!
-¡Abramos una brecha en la muralla!
Toda la mañana se les va en esta tarea. Unos desmantelando la muralla, otros deslizando unas ruedas por debajo de los pies del caballo y atando a su cuello unas cuerdas. A continuación, todos encorvados, tiran y empujan, mientras que los niños les animan con sus voces y las niñas cantan.
Por la noche el caballo domina el corazón de la ciudad. Los cantos y las risas que suenan por doquier se apagan poco a poco en esa primera noche de paz recobrada...
Sin ruido, los flancos del caballo se abren. Uno a uno, los jefes aqueos se deslizan hasta el suelo. Tan silenciosos como Artemisa, depositan en las cuatro esquinas de la ciudad antorchas encendidas. En un momento la ciudad arde por los cuatro costados. Cuando al fin los troyanos se despiertan, ya es demasiado tarde ¡Qué importa! Luchan con la energía que da la desesperación.
Al amanecer, los cadáveres alfombran las calles y ni un edificio se mantiene en pie. De la altiva ciudad sólo quedan las cenizas. Andrómaca, Casandra y Hécuba y muchos otros esperan sobre la arena para ser llevados como cautivos al otro lado del mar...
Anne-Catherine Vivet-Rémy
(Publicado en el diario "Levante-EMV"
el 22 de mayo de 2002)
el 22 de mayo de 2002)