Apenas amanece y los vendedores del Mercado de Modiano ya proclaman la calidad de sus productos a los primeros viandantes. No muy lejos de allí, en la Luludádika, un turista madrugador comienza el día fotografiando el espectáculo multicolor de los puestos de flores.
Platía Aristotelus
El aroma de las bugatsas recién horneadas invade la Platía Aristotelus. Bajo las arcadas de la plaza, junto a la librería Ianós, un joven, sentado en el suelo, toca el santuri y ofrece sus discos a diez euros. Más abajo, en dirección al mar, los inmigrantes subsaharianos, cargados con su mercancía pirata, toman posiciones junto a las cafeterías en las que turistas y lugareños comienzan a buscar refugio y alivio frente al bochorno que ya se anuncia. Bajo uno de los parasoles, alguien agota su espresso freddo mientras anota palabras para un poema en una cajetilla de Muratti Ambassador.
En la Plaza de los Juzgados, dos palomas ponen en práctica su danza amorosa sobre la cabeza de la estatua de Elefcerios Veniselos. A pocos metros, el sonriente encargado de mostrar el edificio otomano de los Baños del Paraíso (Bey Jamám) riega con una manguera el césped de la entrada y anima a los peatones a visitar el monumento. La entrada es libre, pero se aceptan propinas. Desde allí, un grupo de jóvenes turcos, llegados para asistir por la tarde al encuentro PAOK - Fenerbahçe, se dirige en peregrinación hacia la casa natal de Mustafá Kemal.
En la Ciudad Alta, junto a las murallas de la vieja Tesalónica, la guía turística explica, en un español italianizado, la historia de la ciudad a un grupo de turistas gallegos: "Tesalónica es un legado histórico en el que cada cultura ha ido añadiendo una pieza más a este mosaico de razas, pueblos y religiones. Fundada entre los años 316-315 a.C. por Casandro, general de Alejandro Magno que se erigió en rey de Macedonia a la muerte de aquél, Tesalónica ha sido dominada sucesivamente por distintas naciones a lo largo de su historia. Desde sus primeros habitantes, los macedonios, pasando por los romanos, bizantinos, árabes, cruzados y otomanos. Incluso los sefardíes adquirieron una gran importancia en la ciudad, al llegar de forma masiva tras ser expulsados de España por los Reyes Católicos en 1492. Durante varios siglos, la lengua de Cervantes se escuchó por las calles de la ciudad. Tras la primera Guerra Balcánica, en 1912, Tesalónica pasó a formar parte del Estado Griego".
Ya entrada la tarde, en una taberna de la calle Comninón, alguien termina de escribir un poema sobre una servilleta de papel que un súbito soplo de viento se lleva para siempre. Junto a la mesa, un enorme perro blanco duerme placenteramente la siesta. Un acordeonista pasa por allí tocando el "Θεσσαλονίκη μου" ("Tesalónica mía") de Jristos Colokotronis y Manolis Jiotis.
"Θεσσαλονίκη μου" - Στέλιος Καζαντζίδης
"Tesalónica mía" - Stelios Kasantsidis
"Tesalónica mía" - Stelios Kasantsidis
En la calle Tsimiskí, las dependientas de Zara se turnan para ir a tomar su frappé a la cafetería de al lado. Lejos de allí, en el Museo Arqueológico, los vigilantes hacen salir a los últimos visitantes rezagados. En los pubs y cervecerías de la Ladádika y la avenida Nikis se sube ya el volumen de la música, a la espera de la clientela nocturna. Dos mujeres, completamente vestidas de negro, encienden unas velas en la iglesia de Ayios Dimitrios, el santo protector de la ciudad.
Cae la noche sobre Tesalónica. Un grupo de cinco músicos tocan canciones rebéticas para los clientes de una taberna en la calle Valanú. Las aguas del Golfo Termaico, agitadas por el viento, saltan embravecidas sobre el paseo marítimo y parecen querer secuestrar a los viandantes que se dirigen hacia la Torre Blanca. Un poco más allá, frente a la estatua ecuestre de Alejandro Magno, acaban de atracar varios bar-clubs flotantes, que llenan el lugar de jolgorio y música electrónica. Hay una hilera casi interminable de gente sentada frente al mar. Algunos conversan, otros escuchan música en su iPod. Alguien hace un barquito de papel con una servilleta que trajo el viento, en la que había algo escrito en un idioma extraño. El barquito zarpa sobre las oscuras aguas del Termaico. Un verso puede leerse a estribor, cerca de la proa: "Tesalónica, la princesa del Norte".