Son pocas las imágenes que se conservan del dictador fantasma Ioanindis, que nació en 1923 en Atenas en el seno de una acomodada familia originaria de la región del Epiro. En diciembre de 1973, un mes después de la revuelta estudiantil del Politécnico de Atenas, que fue sofocada a sangre y fuego por la dictadura y constituyó el golpe de gracia para esta, la revista estadounidense Time le describía como "una figura espectral, parecida a Beria [la mano derecha de Stalin]"; como un ser austero y solitario. Pero el perfil bajo no le impidió manejar todos los hilos del poder entre 1967 y 1974, aun mordiendo la mano de quien le aupó a lo más alto.
Ioannidis ingresó en la academia militar en 1940 y durante la II Guerra Mundial prestó servicio en una unidad de la resistencia frente a los nazis. De esa época data su furibundo anticomunismo. Tras la contienda desempeñó su oficio sin galones ni lustre en oscuros negociados castrenses. Cuando el golpe de Estado del 21 de abril de 1967 derrocó al rey Constantino y los coroneles tomaron el poder, nominalmente fue Yorgos Papadópulos quien se puso al frente de la Junta, como la llaman los griegos, pero entre bambalinas Ioannidis agarró las riendas. Su papel al frente de la ESA, la policía militar griega, sembró de pánico las filas de la oposición, pero también las de la ciudadanía, temerosa de ser multada por nimiedades tales como llevar barba o minifalda.
Tras la revuelta del Politécnico, Ioannidis desalojó del poder a su, en teoría, mentor Papadópulos por considerarle demasiado blando y le sustituyó por Fedón Gizikis, otro títere en sus manos. Al año siguiente, en julio de 1974, e inflamado por la desquiciada idea de la énosis, la unión o incorporación de Chipre a la madre Grecia, organizó el golpe de Estado que destituyó al Gobierno del arzobispo Makarios. Fue el pretexto que estaba esperando el Ejército turco para invadir el norte de la isla, ocupación que se mantiene hasta hoy. La descabellada aventura chipriota de Ioannidis supuso el punto final de la dictadura.
Consciente de que la exhibición pública y el poder desgastan, Ioannidis asumió con gusto el anonimato.
Fuente: www.elpais.com