Lawrence Durrell (1912-1990)
Jacinto Antón. 25/08/2012
Las consideraciones de
Lawrence Durrell en su trilogía de las islas sobre el carácter griego, a veces
divertidamente estupefactas, resuenan especialmente oportunas en estos momentos
con la Hélade amenazada por el Jerjes alemán con falda: “Hasta la muerte es
menos importante que la política”; la manera de ser del griego es “regañona y
alegre, el entrañable afecto desdeñoso”; “el hombre griego es de impulsos,
lleno de jactancias, impaciente por la lentitud, rápido en la simpatía,
inventivo y asimilativo, a caballo entre su genio heroico y su desesperanzado
poder de raciocinio”; “espléndido en la holganza, en pedir dinero prestado”
(!).
Manoli, viejo pescador del
Egeo, en Rodas afirma con acento de ajo y mastika en Reflexiones sobre una
Venus marina: “El caos nos agrada”. Y señala en conversación con Durrell
¡en 1945!: “Vienen a librarnos de la pobreza. Dios sabe que necesitamos que nos
libren de eso. Pero terminarán esclavizándonos con otros males. Y Dios sabe que
eso no lo necesitamos”. Se refiere al Frente de Liberación Nacional griego
(EAM) no al FMI ni al Bundesbank, ¡pero qué actual suena! “Sáquenme de la
pobreza, pero, ¿pueden darme la felicidad que tengo aquí?”, añade el pescador
filósofo tocándose el velludo pecho con el puño. Para dejarnos esta última
cavilación: “En el mundo hay muchas personas egoístas, sea de quien sea el
burro siempre aparecen montadas sobre él”.
El tema griego muestra qué
oportuno puede ser leer o releer a Lawrence Durrell. Por supuesto no hace falta
ninguna excusa para acercarnos a sus libros. De hecho es difícil creer que
alguien pueda vivir (o al menos enamorarse) sin haber leído Justine. El
caso es que el centenario de Durrell aquí en España parece que está pasando sin
pena ni gloria, a excepción de la edición de Edhasa y de algunos artículos,
especialmente los dos espléndidos dedicados al escritor en La Vanguardia
por Joan
de Sagarra, cuya madre había sido amiga de Durrell y al que el maestro, que
lo denomina siempre “tío Larry”, conoció en una memorable ocasión en Taormina
en 1990 después de haberle dejado años antes unas botellas de manzanilla en su
casa de Sommières…
"En España no se hace nada
que yo sepa para homenajearle como es debido”, me dice el empedernido
durrelliano Alejandro Lasala, que ha formado parte incluso de la Association Lawrence Durrell en
Languedoc, en Sommières, y que tiene en cartera un proyecto videográfico
sobre el escritor. “De alguna manera parece haber caído en el olvido, pese a la
enorme popularidad que adquirió en nuestro país con El cuarteto de Alejandría,
al que añadiría su popular guía de las islas griegas, que estaba en todas las
casas. Es cierto que en cambio El quinteto es una obra mucho más
exigente y que la creatividad y la calidad de Durrell empezaron a caer en
picado con su alcoholismo y el predominio del lado más oscuro de su
personalidad”.
En Gran Bretaña, aunque
siempre ha habido una extraña renuencia a colocar a Durrell en el panteón de
los escritores ilustres —por su amoralidad o por su condición de
autoexpatriado, quién sabe—, las cosas son diferentes. Se están desarrollando
una larga serie de iniciativas con motivo del aniversario,
que incluyen publicaciones, reediciones, exposiciones y conferencias. A
destacar un conjunto de grabaciones de entrevistas con el escritor y de
lecturas de poemas por él mismo que ha editado la British
Library (The spoken word: Lawrence Durrell). También la prèmiere de
la grabación de la ópera Sappho
(1963), con libreto de Durrell y música de Peggy Glanville-Hicks, que tenía que
cantar en su día Maria Callas. Entre los títulos interesantes que nos trae
2012, Durrell and
the City, que conmemora el 55º aniversario de El cuarteto de
Alejandría con una serie de 14 ensayos de especialistas que analizan la
relación de Durrell con el paisaje urbano.
Artículo original: cultura.elpais.com