El director Stathis Livathinós lleva a escena en Mérida los 24 cantos de la 'La Ilíada', interpretados en griego. Del montaje llama la atención su agresiva escenografía, que mezcla elementos contemporáneos y del pasado
Javier García, 19/07/2014
Aquiles, enfurecido por la
muerte de Patroclo, reclama sed de venganza ante los muros de Troya. Héctor,
hijo del rey Príamo, se planta ante el joven y comienza la feroz batalla. El
trágico desenlace está escrito por los dioses, Aquiles es el vencedor mientras
que el cadáver de Héctor cae sobre el polvo.
El director del Festival
Internacional de Teatro Clásico de Mérida, Jesús Cimarro, no se equivocó: 'La
Ilíada' del director griego Stathis Livathinos, cuarto montaje que se
representa este año, sorprendió anoche al público del teatro romano. "No
dejará a nadie indiferente por su fuerza, acción y su contemporaneidad",
dijo, y así ocurrió. En este caso, el clásico de Homero se representó en griego
y por primera vez en el marco del certamen clásico con los 24 cantos. Del
montaje llama la atención la puesta en escena, muy arriesgada, con la que los
asistentes enmudecieron durante las tres horas de actuación.
Sobre el escenario
aparecieron 400 neumáticos que determinan la posición de los soldados. En el
lado izquierdo los aqueos en plataformas pequeñas, en el derecho los muros de
la ciudad de Troya. En medio de ambos bandos una columna de ruedas emerge desde
la arena rojiza del Teatro y se eleva hasta el cielo, el Olimpo, el lugar de
los dioses. Una luz tenue brilla sobre la oscuridad del escenario y reposa entre
tambores en las aguas del río Estigia, donde aparece Tetis, madre de Aquiles.
En el lado opuesto, un trono perdido en el tiempo simboliza que la obra es
eterna. Más tarde, aparece una fila de ganchos con gabardinas evocando a los
comandantes de la segunda Guerra Mundial.
Situación actual
La acción
se basa en la epopeya de Homero, no hay vencedores ni vencidos. Una
conversación entre varias generaciones que reflejan los errores del pasado,
trasladados a la situación actual de incertidumbre. Aquiles, joven y fuerte, reconoce la sabiduría del viejo Príamo y se reconcilian aunque sea por un breve
espacio de tiempo. La ira y el resentimiento se convierten en la comprensión y
el perdón ante el cadáver de Héctor.
El espectáculo se apoya en
el talento de los actores y en el poder narrativo de la epopeya homérica. Es un
canto a la guerra y a la paz, a la belleza, al amor. Las palabras de Homero
reviven en las gargantas de los intérpretes, el texto suena, te seduce hacia
épocas antiguas. El énfasis en la articulación del habla y el derroche de
energías de los actores dan el dinamismo necesario a la función para disfrutar
de sus 24 cantos y 24 secuencias. Para mantenerse fiel a sus orígenes la obra
es contada íntegramente en griego, aunque el público pudo seguir la traducción
simultánea.
En lo referente al
vestuario, las diosas son realmente sensuales, mientras que los guerreros que
van al frente de la batalla, visten harapos y gabardinas emulando a la era
actual, con lo que el director griego consigue dos objetivos la
contemporaneidad de la obra y el carácter militarista de la época. Muy
interesante fue la variada muestra de música en la obra, pasando de la
intensidad de los tambores de guerra a la sutileza de las notas del acordeón.
Del elenco de actores es muy
difícil resaltar uno por encima del resto, todos tienen un rol importante en la
obra al ser varios personajes en uno, dioses, rapsodas y mortales. Sin embargo,
Dimitris Imellos, en su papel como Agamenón tiene varias escenas irónicas que
dan a la obra un tono más sarcástico y dramático, capaz de envolver al público
en una especie de aura inquietante y sombría.
El ser humano se da cuenta
de que la pérdida suaviza incluso al más fuerte, al más duro, a pesar de todo
lo que ha sucedido, de tantos muertos y miles de batallas. La naturaleza humana
no ha cambiado en el transcurso de los siglos y los sentimientos de las
personas siguen estando ahí, en lo más profundo del ser.