Jugueteas con las cuentas amarillas del begleri mientras esperas el aviso para embarcar en el avión que te llevará de regreso a Barcelona. Como siempre, has pedido ventana para contemplar la tierra helénica hasta el último momento.
El avión despega y allá abajo distingues claramente el puerto del Pireo, la isla de Salamina y, más tarde, el canal de Corinto. Observas desolado el norte del Peloponeso, ennegrecido por los incontables incendios del pasado verano. El avión sigue su vuelo hacia poniente. Grecia ya quedó atrás.
Los recuerdos acuden prestos a tu mente; se acumulan y se entremezclan. El último abrazo en el aeropuerto, la mañana entera que pasaste visitando las excelentes librerías atenienses, los paseos por Exarhia, la cena con los amigos en Nea Makri, a escasos dos metros del mar de Eubea. Recuerdas el sabor bien fuerte del café griego que te ofreció la señora Alexandra, nada más despertar el primer día; el meltemi soplando con fuerza sobre el rostro en el puerto de Gavrio, las diáfanas aguas de las playas de Andros y el señorío que todavía conserva Nafplio, la primera capital que tuvo la moderna Grecia. Parece que vuelves a escuchar las historias que el señor Dimitris te contaba en el balcón, mientras observabas el eclipse de luna y degustabas unos trozos de melón bien frío. Conversaciones y más conversaciones. Conversaciones sobre cultura y política con los comerciantes de Plaka, ahora llena de dependientas búlgaras y albanesas; conversaciones con Yiannis sobre la temeraria manera griega de conducir, sobre buenos y malos periodistas, sobre la permanente amenaza turca; conversaciones telefónicas con el simpático Kyriakos, lector de tu blog, a quien no llegaste a conocer personalmente (otra vez será…); conversaciones, diálogos de amor, con alguien cuyo nombre nunca llegaste a conocer. Imágenes y más imágenes. Se te quedó grabada la imagen del increíblemente frondoso paisaje costero del Peloponeso antes de llegar a Isthmia; la imagen del incendio a tan sólo trescientos metros del teatro de Epidauro que te impidió disfrutar de tu primera “Medea” en griego; la imagen de los pescadores sonrientes en Batsi; la imagen de los monumentos vivientes que pululan por las calles atenienses… Sabores y más sabores. El sabor de la yemistá, el pastitsio y las pitas de la señora Eftijía; el sabor de un buen souvlaki en el “Savas” de Mitropoleos, en Plaka; el sabor del ouzo con el que brindaste por todos cuantos comparten contigo tu pasión; el sabor de la cerveza “Mythos”, inestimable ayuda para combatir los cuarenta grados que más de un día soportaste en Atenas.
Te marchas de Grecia, pero sabes que no tienes derecho a quejarte. Disfrutaste del país, de su gente, de la filoxenía de tu familia griega. Dejas atrás el país por el que late tu corazón. Dejas atrás gente entristecida, con los ojos llenos de lágrimas por tu partida. No, no tienes derecho a quejarte. Ahora recuerda, revive y comparte el sueño que has vivido.
Y después, una buena sombra y un frappé
Me encantan los novelas policiacas de Márkaris. ¡Y yo creando ambiente!
Los domingos, cambio de guardia con traje de gala. ¡Todos bien guapos!
No es el Museo Arqueológico Nacional. ¡Es una estación del metro!
Incendio a pocos metros de Epidauro. ¡Me quedé sin ver la "Medea" de Eurípides!
Noche de luna llena en Batsi (Andros)
En el Palamidi, la enorme fortaleza veneciana donde estuvo confinado el héroe Kolokotronis
Nafplio, la primera capital de la Grecia moderna