Pedro Olalla. Atenas
Si, dentro de unos meses, la moneda
única y la Unión Europea comienzan a venirse abajo, habrá que
“agradecérselo” a Merkel, Sarkozy, Barroso, Draghi,
Strauss-Khan, Lagarde y a sus respectivos círculos de influencia. Ellos
no son los únicos, claro está, pero en estos momentos son los más
visibles.
Ahí donde “Europa unida” era, desde
su nacimiento, un sueño frágil e inspirador de múltiples recelos, estos
personajes han conseguido en los últimos tiempos minar por completo su
“credibilidad” (por usar un término resemantizado por la tecnocracia
financiera neoliberal). Y lo han conseguido a base de convertir dudosos
postulados económicos en incuestionables dogmas políticos. Bien es
verdad que han tenido a su favor una “escuela de pensamiento económico
único” con pocos disidentes, unas élites económicas nacionales contentas
y beneficiadas de esa situación, una clase política cómplice y
partícipe durante demasiado tiempo, unos medios de comunicación muy
fieles a la voz de su amo y una ciudadanía dormida en los laureles de un
aparente confort.
¿Y ahora qué? En diez años de vida,
la moneda única europea ha generado concentración de capital en los
países del nucleo duro y deuda en los de la periferia. Ahora, para poder
mantenerse en “Europa” o para que “Europa” pueda mantenerse, dicen que
hay que rescatar la economía virtual de las finanzas con la economía
real de la producción; o peor aún, que hay que pagar la deuda de la
especulación financiera y los desmanes de la prolongada connivencia
entre la élite económica y la clase política con las conquistas del
estado social y de la democracia. Dicen que hay que seguir confiando en
el FMI, pese a los más que controvertidos resultados de sus
intervenciones en 120 países y a la evidencia de los intereses que de facto representa.
Dicen que hay que perseverar en la “lógica” de que el Banco Central
Europeo preste dinero a la banca privada a muy bajo interés para que
ésta financie al Estado a un interés muchísimo más alto. Dicen que hay
que rescatar y recapitalizar a esa banca privada con el dinero de los
contribuyentes, al tiempo que a éstos se les suben los impuestos y se
les recortan los sueldos, las prestaciones, los derechos y las
condiciones laborales en nombre de supuestos “planes de austeridad”. Y
se atreven a decir, incluso, que hay que elevar a norma constitucional
el pago preferente a los acreedores por encima de cualquier prioridad de
la ciudadanía o del Estado. Éstas son las recetas para “solucionar la
crisis” y para sobrevivir en el caos que ellos mismos han creado. El
cinismo es tan enorme que los máximos exponentes de la pleonexía van
ahora de apóstoles de la austeridad.
En todo este desastre, una cosa ha
quedado bien clara: que Europa no ha conseguido aún ser un proyecto
democrático, progresista y solidario. Aunque no lo parezca, ya no tiene
sentido seguir perdiendo tiempo hablando cada día de la deuda, de la
austeridad y de los rescates. Lo que Europa necesita de verdad es un
cambio, un cambio profundo que la convierta de una vez en un proyecto
político y social en beneficio de todos y que la aparte de este “master
plan” para grandes superficies comerciales que guía últimamente sus
pasos, de estas recetas neoliberales que podrán ser válidas para crear
negocios lucrativos pero que no valen para organizar sociedades. Europa
necesita urgentemente un cambio de signo si quiere sobrevivir a lo que
se le viene encima. Las segundas elecciones de Grecia, la amenaza a la
continuidad del euro y lo que está bullendo ya en los países a los que
los cerdos llaman PIGS, no deja lugar a dudas y advierte de que queda
poco tiempo, tal vez menos de lo que parece. Y basta ya de bravatas
insensatas en boca de falsos salvadores. Esta gente que nos vende “miedo
a salir del club” está dinamitando Europa.
Enlaces: